19 ene 2014

LOS ÍBEROS MERCENARIOS

Pero cuando el siglo V tocaba a su fin los cartagineses iniciaron una contraofensiva encaminada a desplazar a los griegos de sus áreas de infuencia. La tomaron con Sicilia, donde dirigieron sus fuerzas compuestas principalmente por mercenarios. Entre el 409 y el 395 Cartago quemó ejército tras ejército, obsesionada por la idea de destruir el poderío griego radicado en Sicilia. Cientos de navíos transportaban a los invasores, entre los que nunca faltaron mercenarios íberos. La difícil situación que atravesaban los colonos semitas dle sur de España debió repercutir en el empobrecimiento de los habitantes de su zona de influencia, ajenos por otra parte al auge que experimentaban los pueblos acogidos al movimiento económico griego. Así, es obvio pensar que la guerra, con sus perspectivas de aventura, gloria y, sobre todo, botín, ofrecería a estas gentes un atractivo mayor que el de la permanencia en unas tierras que no podían mantenerlos.
Pero la fortuna no acompañó a los púnicos en sus empresas. Rechazados una y otra vez por las armas helenas, volvían obstinadamente a la brecha, cada vez más naves con mejores armas, con más mercenarios y con más ansias de conquista. En el verano del 395 Himilcón decidió vencer definitivamente a los siracusanos, asfixiándolos dentro de un cinturón de fortificaciones. Para construirlas ordenó aprovechar las piedras de los cementerios cercanos a la ciudad. Pero la canícula acabó por corromper los cadáveres desenterrados al destruir las necrópolis y dio lugar a una espantosa epidemia. Al mismo tiempo, la armada griega atacó a los barcos enemigos y los incendió. El ejército cartaginés fue aniquilado, los mercenarios se desbandaron y, según cuenta Diodoro, únicamente los íberos enviaron heraldos con el fin de pedir una alianza. Dioniso de Siracusa, tras cumplir las ceremonias, incorporó a los íberos entre sus mercenarios, que pasaron desde entonces a estar a la entera disposición de los tiranos de Siracusa.
Mientras duraron estos conflictos entre púnicos y siracusanos, las colonias griegas de nuestra Península no tenían nada que esperar de sus hermanos de Sicilia. Entretanto, una nueva potencia estaba haciendo su aparición en el escenario político: Roma, que por entonces había asestado a los etruscos una serie de golpes de los que no volverían a recuperarse.
Massalia entonces buscó una alianza con Roma para enfrentarse a los desmanes púnicos y, en el 348 antes de Jesucristo, un nuevo reparto de zonas de influencia, similar al que se hiciese tras el encuentro de Alalia, dio comienzo.

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