El régimen constitucional fue un fracaso no sólo por las sublevaciones de los absolutistas, sino además porque los constitucionalistas no se pusieron de acuerdo y acabaron divididos en dos bandos que se disputaron violentamente el poder.
Contra este nuevo orden de cosas se rebeló la Guardia Real al grito de "¡Viva el Rey neto!". La rebelión de las Guardias Reales, vencidas por la Milicia el 7 de julio de 1823, había comenzado el 30 de junio al regresar el rey de la clausura de las Cortes. La primera víctima de aquella sedición fue un oficial de la Guardia sublevada, el gaditano Mamerto Landaburu, a quien sus mismos soldados dieron muerte en las escaleras del Palacio. Entre los jefes de la Milicia Nacional se distinguió Regino Cordero. Se cuenta que cuando los Guardias Reales, ya en huída, pasaron por delante del Palacio, el rey, desde el balcón, excitaba contra ellos a la Milicia Nacional.
Por éste y otros muchos rasgos de su carácter, puede aplicarse a Fernando VII la frase de Chateaubriand: "Monarcas hay que se sientan en el trono para hacerle despreciable."
A pesar de vencer la Milicia, el rey provocó una intervención extranjera, pidiendo auxilio a la Santa Alianza. Francia, de acuerdo con otras naciones, invadió España con un ejército de cien mil hombres, los "cien mil hijos de San Luis", al mando del duque de Angulema.
La Santa Alianza, creada después de la derrota de Napoleón para evitar que pudieran repetirse hechos como los de la Revolución Francesa, había declarado el 12 de mayo de 1821 que "los cambios en la legislación de los Estados no deben emanar sino de aquellos a quienes Dios ha hecho responsables del poder".
En virtud de esta doctrina, Francia, que en 1808 trajo a España el programa de la Revolución en la espada de Bonaparte, en 1822 envió un ejército para restablecer el antiguo régimen con todas las garantías. Al acercarse a Madrid los nuevos invasores, las Cortes se trasladaron con el rey, primero a Sevilla y luego a Cádiz, donde capituló.
Fernando VII fue reintegrado entonces en el pleno ejercicio de su autoridad absoluta por la gracia de Dios.
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