Las consecuencias de la derrota de la Armada Invencible fueron terribles pues, abatido el poder naval de los españoles, la escuadra inglesa atacó todas sus posesiones. A pesar de todo, las tropas inglesas se las veían y deseaban en cada punto que tocaban, pues se encontraban con unos defensores decididos a todo. Particular importancia tuvo el sitio de La Coruña, gracias al heroísmo de la valerosa María Pita. Esta heroica mujer, cuyo verdadero nombre era Mayos Fernández de Cámara Pita, estando ya los ingleses en la brecha, arrancó de las manos de un soldado la espada y con ella dio muerte a un oficial inglés que ya había clavado su bandera en el muro defensivo de la ciudad.
El asalto fue rechazado, y Felipe II premió el arrojo de la heroína con el grado y el sueldo de alférez, transmisible a sus descendientes.
La ciudad de La Coruña consagró todos los años a este suceso, ocurrido el 2 de julio de 1589, una conmemoración cívico-religiosa de gran importancia. El pretexto alegado por Francis Drake para atacar las costas de Galicia fue el atropello cometido por los tripulantes luteranos de una urca de comercio inglesa, a quienes la Inquisición retenía presos en Bayona.
Pocos años después, Drake se presentó de nuevo en la bahía de Cádiz, hizo un desembarco en esta ciudad, y la saqueó por completo. Con el predominio de Inglaterra en los mares del mundo, Irlanda, que, como país católico, simpatizaba con los españoles, empezó a ser víctima del despotismo británico. Huyendo de la persecución desencadenada contra los irlandeses por el odio anglicano, muchos naturales de esta isla vinieron a refugiarse a España. Felipe II les acogió con sincera amabilidad, fundando varios "Colegios de Irlandeses" para albergarlos.
El monarca español no era inaccesible a la razón de los demás cuando se le demostraba que la suya se desviaba un poco del camino correcto. Tal sucedió con don Gonzalo Chacón, que incurrió, por ciertas andanzas, en el enojo del monarca, por lo cual buscó refugio en la celda de un fraile de San Francisco. Cuando se descubrió la ayuda que le había prestado el religioso, el monarca llamó al fraile.
-¿Quién os enseñó a desobedecer a vuestro rey y a encubrir a un delincuente de tal categoría? -le preguntó enfadado.
El franciscano le escuchaba de rodillas, temeroso por lo que pudiera sucederle. Y al alzar los ojos y la voz hacia el soberano, murmuró angustiado:
-¡La caridad, señor!
El rey quedó durante unos instantes sin pronunciar palabra. Luego movió la cabeza, mientra se paseaba meditabundo por la estancia. Finalmente, dirigiéndose a las personas de su guardia y a los alcaides de la corte, testigos de la escena, exclamó:
-¡La caridad... la caridad! ¡Qué hemos de hacer...! Si la caridad lo ha movido.... Volvedle otra vez, pero ahora bien acomodado, a su convento.
El fraile, todavía temeroso, sólo pudo dar las gracias por la benevolencia del monarca.
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