Felipe II también acabó padeciendo la gota. Le asistía su famoso médico de cámara, don Luis Mercado. También habían sido sus médicos don Francisco Vallés, llamado el "Divino"; Villalobos, comentador de Plinio, y el no menos famoso doctor Francisco Díaz, de cuyas obras hemos sabido que llegó a practicar la cirugía, inventando la uretromía.
Viéndose Felipe II próximo a su fin, hizo que le llevaran en hombros desde Madrid al Escorial, ya que allí quería que le enterraran. Y fue allí, al cabo de dos meses de horribles sufrimientos, en medio de los cuales supo conservar toda su energía, exhaló su último suspiro en el amanecer del 13 de septiembre de 1598, a los 72 años de edad.
Su lecho se encontraba convertido en una inmunda cloaca, resultado de la supuración de todas sus úlceras. Por eso, llamando a su hijo y sucesor para que contemplara aquel triste cuadro, le dijo:
-Mira cómo mueren las grandezas de este mundo.
Cuando los médicos desahuciaron a Felipe II, éste no mostró desaliento alguno. Mandó que quería una confesión general, la cual duró tres días, y recibió la Extremaunción; quiso presenciar la construcción de su ataúd, y finalmente señaló el momento en que debía leérsele la recomendación del alma, diciendo "¡Ahora!".
Su última palabra fue como si hubiera querido demostrar que tenía poder y ánimo incluso para darle órdenes a la propia muerte.
La estancia en que murió Felipe II es la más pequeña y humilde que tiene el monasterio de El Escorial. Todavía existen en ella una silla y una banqueta manchadas de ungüentos, en que se sentaba y apoyaba sus llagados pies el monarca. Sobre la puerta de su habitación se hallan inscritos los siguientes versos:
En este estrecho recinto
murió Felipe Segundo,
cuando era pequeño el mundo
al hijo de Carlos Quinto.
Fue tan alto su vivir,
que sólo en alma vivía;
pues cuerpo apenas tenía
cuando acabó de morir
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