Los Reyes Católicos se dedicaron de inmediato a poner orden en la administración de su reino. En primer lugar, para garantizar la seguridad personal y limpiar los caminos de malhechores, establecieron la Santa Hermandad, institución jurídico-militar que perseguía y castigaba a los delincuentes de toda clase y jerarquía. En 1476, la Santa Hermandad fue convertida en institución social de carácter permanente y algo parecida a lo que sería siglos después la Guardia Civil, prestando sus servicios en cuadrillas o grupos de cuatro hombres, por lo que se les llamaba "Cuadrilleros".
Como complemento de esta idea, se hicieron nuevas leyes que se denominaron Ordenanzas de Montalvo, por ser obra de este célebre jurisconsulto. El cargo de corregidor tenía por objeto corregir o refrenar los excesos o abusos de las alcaldías y merindades de los pueblos. Para fiscalizar la conducta de los corregidores, se nombraron otros funcionarios, llamados Pesquisidores. Entre éstos figuró el licenciado y consejero Don Francisco Vargas, cuya admirable aptitud para el descubrimiento de la verdad en los asuntos judiciales dio origen a la locución vulgar "Averígüelo Vargas".
Una de las labores más trascendentales del reinado de los Reyes Católicos fue dominar aquella nobleza turbulenta que hacía imposible la paz en el reino de Castilla, cometía injusticias y ponía en peligro, con su poder y desmedida soberbia, la autoridad real.
Isabel y Fernando obraron metódicamente y acabaron para siempre con la anarquía reinante. Prohibieron que los nobles levantasen nuevos castillos y les acostumbraron a vivir en las ciudades y seguir a la corte, transformándose la nobleza de feudal en cortesana.
También ordenaron que las plazas marítimas no fueran de señorío particular, sino de realengo. Así salió Gibraltar del dominio de los duques de Medina Sidonia, y Cartagena del poder de los Fajardos.
Y por último incorporaron a la corona los Maestrazgos de las Órdenes Militares, revisando los privilegios y donaciones hechas por los débiles monarcas anteriores.
Los Reyes Católicos renovaron al principio de su reinado las leyes que restringían las relaciones entre cristianos y judíos, muy odiados por el pueblo, y a la vez que conseguían la unidad política, con la terminación de la Reconquista, creyeron indispensable para fortalecerla llegar a la unidad religiosa de los diversos pueblos que convivían en España.
Velando además por la pureza de la fe católica, creyeron acertado establecer el Tribunal de la Fe, denominado también Inquisición o Santo Oficio, que existía ya por entonces en otros países con el objeto de inquirir y castigar las herejías, manteniendo el dogma en toda su pureza. Tan sólo en Aragón se hizo tenaz resistencia al establecimiento de la Inquisición, y se dio muerte al primer inquisidor del reino, San Pedro Arbués. Y todo fue porque los procedimientos judiciales del Santo Oficio eran contrarios a las leyes aragonesas. La hostilidad pública cesó al ser castigados los autores de aquel crimen, y el Tribunal de la Fe quedó establecido en Castilla y Aragón en 1483.
El primer inquisidor general fue el dominico fray Tomás de Torquemada, que se distinguió por el inflexible rigor que desplegó contra los judaizantes o relapsos, que en gran número fueron condenados a morir en la hoguera.
Se daba el nombre de "judaizantes" a los judíos que, después de convertirse al cristianismo, volvían a practicar en secreto la ley mosaica. Se les llamaba también "relapsos", bajo cuya denominación se comprendía igualmente a los musulmanes falsamente conversos. A unos y otros se les designaba con el título de "cristianos nuevos", y eran objeto de animadversión pública.
Por interés de defender la religión el Papa otorgó a los monarcas el título de "Católicos", con que los conoce la Historia.
En 1494, las islas Canarias, pobladas por los guanches, y conocidas por los romanos bajo los nombres de Afortunadas, Elíseas y Hespérides, algunas de las cuales habían sido conquistadas para Castilla en el reinado de Enrique III, fueron completamente sometidas en el de los Reyes Católicos por Pedro de Vera y el Adelantdo Fernández de Lugo. Desde entonces quedó todo el archipiélago canario convertido en una provincia española, que se considera para los fines administrativos como adyacente de la Península.
También en 1497 se anexionó al territorio español la plaza africana de Melilla, que fue conquistada por el animoso Estopiñán con parte de la flota que tenía preparad el duque de Medina Sidonia para uno de los viajes de Colón a América.
No hay comentarios:
Publicar un comentario