Una vez unidos ya Castilla y Aragón, y sometidos los nobles revoltosos, los Reyes Católicos comenzaron a realizar su gran propósito de llevar a cabo la Unidad Nacional de España con la conquista del reino árabe de Granada, que completaron más tarde con la incorporación del reino de Navarra.
El reino de Granada comprendía los territorios que forman actualmente las provincias de Granada, Málaga y Almería, más una gran parte de las provincias limítrofes.
Su capital, Granada, era una gran ciudad en la que se habían refugiado los hombres más poderosos y los más sabios, así como también los más valientes guerreros de entre los árabes españoles. En sus bellísimos alrededores los reyes nazaríes habían levantado hermosos palacios, entre los cuales destacaba la Alhambra.
Por aquel entonces reinaba el sultán Muley Abulhasán o Hacén, que estaba casado con su prima Aixa la Horra (la Honesta), de cuyo matrimonio había nacido un hijo llamado Abu Abdallah el Záquir (el Chico) conocido por los cristianos como Boabdil, al que una intriga de harén indispuso con su padre y que lo mismo que el hermano del sultán, Abu Abdalláh el Zagal (el Bravo) jugaron un importante papel en los sucesos de Granada.
Se cuenta que dicha rivalidad nació a causa de que durante una incursión por tierras cristianas los moros se apoderaron de una doncella cristiana llamada Isabel de Solís, hija del alcalde de Martos (Jaén), de la que se enamoró perdidamente el sultán Abulhasán, que la hizo su esposa favorita, apartándose de Aixa. La rivalidad de estas dos mujeres dio lugar a la expulsión de Aixa, que se retiró con su hijo Boabdil a uno de los palacios del Albaicín.
El reino de Granada era por esas fechas tributario del Estado castellano, pero hacía algún tiempo que, aprovechando los sucesos políticos de Castilla, el tributo no se pagaba. Los Reyes Católicos, buscando un pretexto para declarar la guerra, pidieron al sultán que pagase sus débitos, a lo que éste se negó altivamente con la siguiente frase apócrifa:
-En mi reino ya no se labra oro, sino hierro para los cristianos.
Inmediatamente se rompieron las hostilidades, tomando los moros por sorpresa la ciudad de Zahara (1481), a cuya provocación contestaron los cristianos apoderándose de la fuerte ciudad de Alhama (1482), sitio real del monarca granadino.
La guerra de Granada fue larga y difícil, alternando las victorias y las derrotas por ambas partes. En efecto; el triunfo de Alhama quedó oscurecido por el frustrado intento de tomar Loja y la emboscada en que cayó el ejército cristiano en el desfiladero de la Ajarquía (1483), que costó la vida al Maestre de Santiago y a muchos otros combatientes.
Sin embargo, la guerra civil que ardía en Granada entre Abulhasán y su hijo Boabdil y que determinó la huida del primero a Málaga, hizo más optimista el panorama para los Reyes Católicos. Poco después Boabdil fue vencido y hecho prisionero en los campos de Lucena (1483), pero el rey don Fernando le puso en seguida en libertad, porque al sagaz monarca aragonés le interesaba que la discordia continuase entre los granadinos.
Meses más tarde murió Abulhasán, heredando sus derechos su hermano el Zagal, gobernador de Málaga, que se hizo proclamar rey de Granada, aunque luego compartió la corona con su sobrino Boabdil.
Tres años después Loja cayó en poder de los cristianos, y poco a poco lo hicieron otras importantes plazas, como Vélez Málaga, Málaga y, tras un duro sitio, la ciudad de Baeza (1487), centro defensivo de los Estados del Zagal, que poco más tarde entregaba a los vencedores Almería y Guadix (1489).
Viejo y achacoso, el Zagal fue destronado y se retiró a África, quedando solamente en poder de los árabes la ciudad de Granada, que defendía Boabdil. El sitio de Granada estuvo lleno de épicas azañas, de las que fueron protagonistas algunos famosos capitanes, como Gonzalo de Córdoba, Hernán Pérez del Pulgar y otros muchos.
Una noche Hernán Pérez del Pulgar, seguido de quince valerosos campeones, entró en Granada, cruzó sus desiertas calles, llegó a la puerta de la gran mezquita y clavó en ella un cartel con el mote de "Ave María".
El campamento cristiano se incendió cierto día por accidente casual. Pero la reina Isabel mandó construir para sustituirlo una ciudad, a la que se dio nombre de Santa Fe, significando así el irrevocable propósito de tomar Granada.
Por fin la ciudad se rindió el 2 de enero de 1492. Los Reyes Católicos hicieron su entrada triunfal en la conquistada villa a los acordes de la primera marcha real española, titulada "Marcha de los clarines". Este feliz suceso puso fin a la empresa de la Reconquista que comenzara don Pelayo en las montañas de Asturias ocho siglos antes.
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