Con el rápido engrandecimiento de sus Estados, los monarcas castellanos afianzaron su poder, se rodearon de un gran número de oficiales palatinos y brillantes cortes, crecieron las ciudades y se desarrolló la economía, en grandioso contraste con la pobreza de los azarosos primeros tiempos de la Reconquista.
Las Partidas de Alfonso X el Sabio establecen que al rey ha de sucederle su hijo mayor, sea varón o hembra. El heredero de la corona llevó en Castilla, desde el reinado de Juan I (1388), el título de Príncipe de Asturias. el gran obstáculo para el engrandecimiento del poder real fue la nobleza, que con sus muchos privilegios, la posesión de grandes territorios y el tener milicias propias, puso muchas veces a la monarquía en grave aprieto con sus rebeldías.
Así dio lugar a períodos anárquicos, sobre todo cuando el trono era ocupado por un menor, disputándose la regencia y luchando dividida en bandos. De ello son buena muestra las minoridades de los reyes castellanos Fernando IV (1295-1312), Alfonso XI (1312-1350) y Enrique III (1390-1406), entre otros.
Pero los reyes más enérgicos, dispuestos a defender sus derechos con la ayuda de las gentes de las ciudades, logran, tras repetidos esfuerzos, ir sujetando a la díscola nobleza, lo que consiguieron definitivamente a finales del siglo XV los Reyes Católicos, con los que da comienzo la Edad Moderna.
Desde el siglo X, los reyes de León, además del Consejo real, y como ampliación de éste, reunían en ocasiones a nobles y prelados en Concilios para pedirles consejo en los asuntos de gobierno.
Más tarde, a estas asambleas acudían también los representantes de las ciudades o "procuradores", recibiendo desde entonces estas reuniones, con toda propiedad, el nombre de Cortes. La Cortes más antiguas fueron reunidas en León por Alfonso IX en el año 1180. En Castilla las primeras Cortes de las que se tienen pruebas documentales fueron las reunidas en Sevilla el año 1250 por Fernando III el Santo.
La convocatoria de Cortes correspondía al monarca, y la principal misión de éstas era otorgar al rey la percepción de los tributos. Sin embargo, tenían el derecho de súplica, y a consecuencia de sus peticiones los reyes daban "Ordenamientos" o leyes sobre los más diversos asuntos judiciales o administrativos.
Hasta el siglo XIV, y a pesar de estar unidos Castilla y León en un solo Estado, ambos países reunían sus Cortes por separado.
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