24 may 2013

PEDRO III EL GRANDE Y LAS VÍSPERAS SICILIANAS

En la Corona de Aragon la sucesión de Jaime I suscitó algunas cuestiones que no tardaron en solventarse. Al morir el Conquistador subió al trono su hijo Pedro III, casado con Constanza de Suabia, hija de Manfredo y prima del joven Conradino, decapitado en la plaza de Nápoles por Carlos de Anjou, llamado el "tirano de las dos Sicilias".
En su corto reinado (1276-1285) el generoso y valiente Pedro III extendió sus reinos con la ocupación de la isla de Sicilia, alegando los derechos de su mujer, aunque el Papa concedió su investidura a la Casa de Francia.  Los sicilianos no la aceptaron y llamaron a Pedro el Grandre, que acudió a la isla y, secundando la revuelta que la Historia conoce como las Vísperas Sicilianas, tomó posesión del reino.
Una ligera chispa hizo estallar el gran incendio de las Vísperas Sicilianas. Se dirigía a la catedral de Palermo, con objeto de asistir a las vísperas de Pascua de Resurrección (30 de marzo de 1282) una hermosa joven, acompañada de su marido y de su hermano, cuando un soldado francés, llamado Drouet, se propasó al registrarla impúdicamente, con pretexto de ver si llevaba armas, pues estaba prohibido su uso a todos los sicilianos.
Pero Drouet pagó con su vida su lasciva audacia, resonando al momento el grito de "¡Mueran los franceses!" en toda la ciudad, y poco después en toda la isla.  Se dice que, para reconocer luego a los franceses disfrazados, les hacían decir el vocablo italiano "cicciero" cuya pronunciación no es sencilla para los galos.
Mientras Pedro III volaba en socorro de la isla, su escuadra, comandada por el italiano Roger de Lauria, el marino más ilustre de la época, y tripulada por los valientes almogáraves, destrozó la armada de Carlos de Anjou, llegando a decir Roger de Lauria, en un arranque de entusiasmo:
-En lo sucesivo ni los peces cruzarán el Mediterráneo si no llevan en su lomo las armas de Aragón.
Los almogáraves eran una milicia franca, compuesta de montañeses de Aragón, Cataluña y Navarra, los cuales, mandados por jefes propios, hacían la guerra por su cuenta contra los moros o servían mercenariamente a los reyes.  Iban vestidos de pieles, calzaban abarcas y llevaban una red de hierro a manera de casco. Sus armas eran la espada, el chuzo y el venablo, y su grito de guerra "¡Desperta ferro!"
Toda Sicilia aclamó por rey a su libertador Pedro III, quedando así incorporada esta hermosa isla a la cada vez más grande monarquía aragonesa.  Pero como el vencido y humillado Carlos de Anjou deseaba eliminar a su rival a toda costa, le mandó un cartel de desafío, según los usos caballerescos de la época, reto que Pedro aceptó.
Se había designado por palenque, como campo neutral, la plaza de Burdeos, que a la sazón se hallaba en poder de Inglaterra. El monarca aragonés fue a dicha ciudad, disfrazado de mozo de mulas, al servicio de un mercader, que se llamaba Domingo de la Figuera. Era tratante en caballerías y gran conocedor de los caminos del país.
En los alojamientos dicho mercader era servido a la mesa por dos criados verdaderos y por el rey de Aragón, disfrazado también de sirviente.
Carlos de Anjou (hay quien dice que Felipe III, el Atrevido) pensó que Pedro el Grande no acudiría al desafío, temeroso de que los sicilianos le abandonaran al ver que ponía su corona en un trance tan baladí, pero el rey aragonés, arrojado y caballeroso, disfrazado y junto con otros caballeros fieles, se presentó en Burdeos, recorrió el palenque y se hizo certificar su presencia por un notario.
Y al ver que no aparecía su rival por ninguna parte, declaró "felón" al príncipe francés, conforme a las leyes de caballería.

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