Wilfredo el Velloso transmitió la soberanía de Cataluña a sus hijos Borrell y Suniario, sucediendo a éste Borrell II (954-992), en cuyo tiempo Almanzor se apoderó de Barcelona, teniendo que refugiarse el conde Borrell en las vertientes pirenaicas.
Le sucede luego Ramón Borrell III (992-1018), que dio el condado de Urgel a su hermano Armengol y transmitió la diadema condal de Barcelona a su hijo Berenguer Ramón I, apellidado el Curvo (1018-1035), que comenzó a quebrantar el régimen feudal de Cataluña, dando fueros o cartas-pueblas a varias ciudades, a imitación de lo que hacían los reyes de los otros estados peninsulares.
Merece especial mención Ramón Berenguer I el Viejo (1035-1076), que arrancó al poder de los árabes varias plazas, y dio a Cataluña el famoso código de los "Usatges", el cual contribuyó a debilitar el poder nobiliario y a exaltar la autoridad de los condes-reyes.
El código de los Usatges recibió su sanción en el Congreso de Barcelona, que duró tres años y celebró sus sesiones en el palacio condal. Este congreso es considerado por los historiadores como base y principio de las Cortes Catalanas.
Merece destacarse, como circunstancias notable, que lejos de ser éste un concilio o asamblea en que el clero tuviese la principal representación, todos sus miembros fueron laicos, ofreciendo así el primer ejemplo, en el mundo romano, de una corporación legislativa en que, no sólo no fuera preponderante el elemento eclesiástico, sino que ni siquiera interviniese.
También se debe a Ramón Berenguer I el Viejo el establecimiento de la "Tregua de Dios". Se daba este nombre a un convenio celebrado entre los señores feudales para no combatir el miércoles por la noche hasta el lunes siguiente por la mañana, en reverencia a los días en que se celebraba la Semana Santa.
Al morir el ilustre conde, que cambió el rito gótico por el romano, gobernaron simultáneamente sus dos hijos, uno de los cuales dio muerte al otro, por lo cual se le llama Ramón Berenguer I "el Fratricida" (1076-1082). Este conde fue convicto y confeso de fratricidio, en "juicio de Dios", celebrado ante la corte de Alfonso VI de Castilla. Según parece, en este fratricidio no sólo influyó la oposición de carácter entre los dos hermanos, sino también una pasión de otra índole, pues el asesino estaba locamente enamorado de su cuñada, la bella Mafalda o Matilde, hija del normando Roberto Guiscardo, conquistador de Sicilia.
El crimen se cometió durante una cacería en un bosque próximo a Hostalrich, camino de Gerona, siendo arrojado el cadáver a un lago que se denomina Gorch o Lago del Conde.
Berenguer el fratricida, abrumado de remordimientos y abandonado de los catalanes, marchó a Tierra Santa y murió en la primera Cruzada (o en un juicio de Dios, según la fuente que se consulte), dejando la diadema a su sobrino Berenguer III el Grance (1096-1131).
En tiempo de este conde llegó Cataluña al cénit de su grandeza, pues Berenguer II, por su matrimonio con una hija de los condes de Provenza, agregó a sus dominios aquel territorio. Entonces comenzó la literatura provenzal a ejercer influencia en la catalana, beneficiada también ahora por corrientes orientales.
Más tarde, aliado con la república de Pisa, llevó a cabo una expedición contra las islas Baleares, cayendo en su poder, aunque no por mucho tiempo, Mallorca e Ibiza, que eran guaridas de moros piratas.
Le sucedió su hijo Ramón Berenguer IV (1131-1137), que habiendo contraído matrimonio con doña Petronila, hija de Ramiro II de Aragón, preparó la unión de este reino y Cataluña, pues sus coronas se unieron sobre la frente de Alfonso II, primogénito de este enlace.
Berenguer IV es notable además por haber terminado la Reconquista correspondiente al Principado catalán. Se apoderó de las plazas de Tortosa, Lérida, Fraga y Mequinenza y, por último, de las montañas de Prades, postrer baluarte de los moros en Cataluña.
Fue fundador del monasterio de Poblet, denominado por su grandiosidad "el Escorial de Cataluña". El nombre de Poblet es el de un piadoso varón que, a principios del siglo XII hacía vida penitente en el término de Sardeta. Y allí quiso Berenguer IV erigir en memoria de dicho ermitaño el suntuoso monasterio en que e estableció una comunidad de la orden cisterciense el 7 de septiembre de 1153.
Los sucesores de Berenguer IV siguieron ensanchando y embelleciendo este monasterio, convirtiéndolo en panteón de los monarcas aragoneses.
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