21 may 2013

LA HEREJÍA ALBIGENSE

Alfonso II se llamaba Ramón Berenguer, como su padre; pero a la muerte de éste, quiso su madre que tomara el nombre de Alfonso. Este príncipe, generoso mecenas para los trovadores, cultivó la poesía provenzal con gran éxito.
En 1196 don Alfonso II transmitió la corona a su hijo Pedro II el Católico (1196-1213), que fue a coronarse en Roma por mano del Papa. Este es uno de los pocos casos de haberse coronado tan solemnemente un monarca español, pues tal ceremonia no era costumbre, sino únicamente la Jura, tanto en las antiguas monarquías como en la Constitucional. También se coronó Alfonso XI de Castilla.
Cediendo a la exaltación de sus sentimientos religiosos, don Pedro II quiso convertir el reino de Aragón en feudo de la Santa Sede; pero sólo consiguió que se pagara a ésta el tributo llamado "Derecho de coronación".
Lo extraño del caso es que luego este mismo monarca tomara parte a favor de los herejes Albigenses en la cruzada que contra ellos publicó el Papa y llevó a cabo Simón de Monfort.
Justo es reconocer, no obstante, que Pedro II protestaba de que él no defendía la causa de los albigenses, sino únicamente sus territorios ultrapirenaicos (Provenza, el Sorellón, la Cerdaña y Montpellier), principales focos de la herejía.
La fortuna se le mostró adversa a don Pedro II el Católico, pues sucumbió en el combate de Muret el año 1213.  A los herejes albigenses se les llamaba así por tener su centro principal en Albi, junto a Toulouse, y querían abolir los sacramentos y la jerarquía eclesiástica.  Dicha herejía se hallaba extendida por el Mediodía de Francia desde principios del siglo XI y subdividida en varias sectas, entre ellas las de los "Cátaros" y "Valdenses".
El ilustre español Santo Domingo de Guzmán, fundador de la Orden de Predicadores, empleó su ardiente elocuencia en la conversión de dichos herejes. También instituyó la devolción del Santo Rosario, rápidamente extendida por todo el mundo católico.

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