Don Enrique III el Doliente afrontó muchos problemas en su breve reinado. Lástima que su hijo Juan II no tratara luego de imitarle afrontando los suyos.
En 1397 recuperó Badajoz, que había sido tomada anteriormente por Juan de Portugal en ataque arbitrario, puesto que asestó el golpe contra todo derecho, sin que existiese guerra entre ambas naciones.
Desde hacía bastante tiempo los moros de África partían de Tetuán a saquear las costas peninsulares, y el año 1400, don Enrique resolvió extirpar esa plaga de las piraterías. Mandó, pues, una escuadra con orden de arrasar Tetuán, y con su destrucción respiraron tranquilos los pueblos españoles del litoral sur.
Con la gravísima crisis del Cisma de Occidente, la Iglesia padecía una etapa muy turbia. Reinando Juan I, Castilla se adhirió al Papa de Aviñón contra el de Roma. Pero Enrique III decidió ser neutral y no quiso reconocer al Papa Luna, Benedicto XIII, a pesar de ser un cardenal español al que habían elegido los prelados franceses opuestos al romano, Bonifacio IX.
En 1402 el rey enrique III el Doliente ayudó al aventurero francés Juan de Bethencourt en su obra de conquista delas islas Canarias, cuyos derechos sobre aquel archipiélago estaban ya reconocidos desde los días de Alfonso XI.
Grande fue la resistencia que opusieron los naturales de dicho archipiélago, señaladamente los de Lanzarote, cuyo valeroso rey Tiguafayas fue hecho prisionero y llevado a Castilla con su esposa y algunos jefes de su ejército.
Durante el reinado de Enrique III vivieron Bayaceto I, sultán de Turquía, y Tamerlán, el tártaro terrible. Ambos representaban para los europeos la estampa del terror.
En 1396, Bayaceto aplastó a las tropas cristianas, y, a su vez, Tamerlán deshizo a Bayaceto en 1402. Las victorias del Tártaro en Persia, en la India, en Turquía y en Egipto hacían temblar al mundo.
Don Enrique III sostuvo relaciones con Tamerlán, emperador de los tártaros. Al efecto le envió el rey de astilla una embajada compuesta de dos nobles, Payo Gómez de Sotomayor y Hernán Sánchez Palazuelos, quienes después de asistir a la famosa batalla de Angora, en que Bayaceto, emperador de los turcos, fue vencido por Tamerlán, regresaron agasajados por éste, que a su vez envió embajadores a España.
entonces Enrique III despachó una nueva embajada, de la cual formaba parte Ruiz González Clavijo, el cual, después de visitar Samarcanda, corte del conquistador tártaro, y Teherán, capital de Persia, regresó a Castilla justo antes del fallecimiento del rey.
González Clavijo escribió luego, con el título de "Vida del gran Tamerlán", una curiosísima narración de su viaje, que fue dada a la estampa en 1582 por Argote de Molina.
Merece destacarse el hecho de que tres de lso españoles que acompañaron a Clavijo en esta famosa embajada a la corte de Tamerlán y cuyos apellidos eran Pérez, Fernández y Jiménez, se quedaron en Samarcanda, presos en las amorosas redes de tres bellas mujeres de aquella fastuosa ciudad. Y aquellos patronímicos tan netamente castellanos, se conservaron por mucho tiempo en la Tartaria, unidos a los de otras familias mongólicas.
En los primeros meses de 1405 doña Catalina, esposa de Enrique III dio a luz un hijo, Juan de Trastamara y Lancaster, que pronto iba a heredar el trono de Castilla, pues Enrique el Doliente expiraba en diciembre de 1406, precisamente el día de Navidad. Entre el vulgo corrió la voz de que el rey había sido envenenado por un médico judío (la mayoría de los galenos de la época eran hebreos), lo que motivó que estallasen tumultos por doquier.
También fue memorable el reinado de Enrique III por la protección en él dispensada a la Universidad de Salamanca ampliando sus antiguos fueros y estudios, y por haber comenzado en 1403 la erección de la suntuosa catedral de Sevilla y la admirable Cartuja de Miraflores.
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