9 may 2013

JUANA LA BELTRANEJA Y LOS DOS REYES DE CASTILLA

Muchos nobles se negaron a jurar a la Beltraneja como heredera del trono de Castilla y formaron una liga facciosa. Atemorizado el rey Enrique IV ante tal actitud, firmó su propia deshonra, reconociendo heredero del trono a su hermano Alfonso; lo que implicaba la ilegitimidad de la princesa y la infidelidad de la reina.
Se cuenta que cuando en marzo de 1462, tras un laborioso parto, la reina doña Juana dio a luz la niña a la que muchos llamaban ahora "intrusa" y la "Beltraneja", el rey se sintió muy defraudado por no ser varón el tan anhelado hijo. Y más aún lo enfadó ver que la criaturita era lindísima, de facciones perfectas.  Al parecer se quejó de su belleza y de lo poco que se le parecía, reclamando que, como mínimo, había de ser chata de nariz como él.
Poco después de reconocer a su hermano Alfonso como heredero al trono, el rey don Enrique IV declaró nulo todo lo pactado. Y, en consecuencia, la Beltraneja volvía a ser, de nuevo, la sucesora a la corona de Castilla.
Más los nobles confabulados se mofaron del monarca y de sus decisiones. Y como tenían en su poder al infante don Alfonso, determinaron destituir al monarca de la manera más afrentosa.
En un llano próximo a la ciudad de Ávila levantaron un tablado en el que se colocó el trono, ocupado por un maniquí, contrafigura de don Enrique IV, que ostentaba todos los atributos de la realeza. Poniéndose junto al figurón,, un pregonero dio lectura al manifiesto en el cual se declaraba al soberano depuesto del trono, con pérdida del título y de la dignidad reales.
Acto seguido, el turbulento arzobispo de Toledo, don Alfonso Carrillo, le quitó la corona, el conde de Plasencia le arrebató el estoque, el de Benavente le despojó del cetro, y don Diego López de Zúñiga derribó de un fuerte empellón el exonerado monigote.
Después, sentaron al infante don Alfonso en el trono vacío y proclamaron con estruendo de atabales y trompetas un "¡Castilla, por el rey don Alfonso XII!".
Fue una jornada memorable que pudo abrir cauces nuevos a la Historia de las Españas, la del 5 de junio de 1465. Pero al conocer la ignominiosa noticia, don Enrique IV exclamó desalentado, rememorando al bíblico Job:
-Desudo salí del vientre de mi madre y desnudo volveré a la tierra.
La noticia de la grotesca ceremonia y la de la proclamación del infante don Alfonso indignó a muchos pueblos.  Una de las ciudades que con más ahínco tomó partido por don Enrique IV fue simancas, donde replicaron a la farsa en Ávila con otra ceremonia semejante, en sentido inverso, en la que quemaron, bajo el nombre del traidor don Oppas, a un figurón que remedaba al arzobispo don Alfonso Carrillo.
Como dos reyes en un mismo reino resultaban incompatibles, Enrique IV, dando oídos al clamor general, salió en busca de los rebeldes, a los que venció en los campos de Olmedo, los mismos donde años antes venciera don Juan II a los infantes de Aragón.
A pesar del resultado de la batalla no se vislumbraba solución al horrible desbarajuste del reino. Hasta que sobrevino lo imprevisto. en la villa de Cerdeñosa, a dos leguas de Ávila, el infante don Alfonso enfermó de tal manera que falleció a poco, sin que los médicos hallasen remedio a su dolencia.
Muchas voces atribuyeron el suceso a una trucha empanada que podría contener ponzoña por adobo. Sea como fuere, el hecho es que ya no había dos reyes en Castilla.

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