Durante la segunda mitad del siglo XIII los reyes de Castilla dirigen la lucha contra los árabes con el propósito de dominar el estrecho de Gibraltar, viéndose retrasada tal empresa por la intervención de los benimerines, llegados para auxiliar al rey de Granada.
Al morir Alfonso X, aunque éste había designado por heredero de la corona a su nieto el infante de la Cerda, pasó aquélla a las sienes de su hijo Sancho IV el Bravo (1284-1295), contra el cual se rebelaron su hermano el infante Don Juan y Don Lope de Haro, señor de Vizcaya, que antes había gozado de la privanza del rey.
Por haberse declarado en favor del príncipe de la Cerda, el rey don Sancho le dio muerte por su propia mano, e hizo acuchillar a más de cuatro mil partidarios de aquél y a otros muchos en Badajoz y otras varias poblaciones.
Sancho IV parecía atacado de la monomanía sanguinaria que caracterizaba a muchos miembros de su familia y que fue en terrible crescendo hasta su alcanzar el culmen en Pedro el Cruel.
Sancho IV, fingiendo deseos de reconciliación, llamó a su hermano y al señor de Vizcaya a las Cortes que se celebraban en Alfaro. Y dirigiéndose al rey de Vizcaya, de un golpe de maza lo dejó muerto a sus pies.
El infante Don Juan, protegido por la reina Doña María de Molina, que se interpuso, halló su salvación en la fuga, pasándose al servicio de los musulmanes en Marruecos.
Don Sancho prosiguió entonces la guerra contra los moros, apoderándose en 1292 de la plaza de Tarifa, cuya defensa y gobierno confió a Don Alfonso Pérez de Guzmán. Poco después, Tarifa era sitiada por los moros, ayudados por el infante Don Juan; pero la fortaleza resistió. Logró entonces el traidor Don Juan; pero la fortaleza resistió. Logró entonces el traidor Don Juan apoderarse de un niño de diez años, hijo del defensor de la plaza, y amenazó a éste con la muerte del niño si no le rendía.
Pérez de Guzmán se vio en el tremendo trance de ser fiel su rey o a su amor paternal, pero venció el vasallo al padre. La leyenda dice que dijo:
-Yo he engendrado a mi hijo para que honre a su patria, no para escarnecerla -y arrojando desde la muralla su propio cuchillo, añadió-. Si en el campo no hay acero, ahí va el mío; que antes os diera cinco hijos, si los tuviera, que una villa que tengo por el rey.
El arma la recogió Don Juan y no nombró verdugo. Él mismo se acercó a la víctima, atada, y le hundió en la garganta el puñal de su padre. Al ruido de los gritos de algunos defensores que presenciaron el degüello acudió Pérez de Guzmán, se asomó a la muralla y contempló el cadáver de su hijo sobre un charco de sangre.
Una vez perpetrada su hazaña, el infante don Juan ordenó reembarcar las tropas, corroído por la rabia y acaso atormentado por el remordimiento de su crimen inútil.
Tal fue el final innoble del sitio de Tarifa, ocurrido el día 21 de septiembre de 1294.
Estaba Sancho IV en Alcalá de Henares aquejado del mal que unos meses más tarde le llevaría a la tumba. Impresionado por el valor de Pérez de Guzmán, realizó un gran esfuerzo sobre su enfermedad y le escribió una carta que todavía hoy se conserva en el archivo de Medina-Sidonia:
"Sabido hemos lo que por Nos servir habedes fecho... Merecéis ser llamado el "Bueno", y yo así os llamo, y vos así os llamaréis desde aquí en adelante..."
Y el "Bueno" le llamaron todos los cortesanos al llegar a Alcalá a presentarse al rey, a quien acompañó en su viaje a Toledo la semana siguiente.
Algo después, en abril de 1295, moría en la imperial ciudad el rey don Sancho IV el Bravo. Se dice que los remordimientos de su conciencia, que le acusaban de hijo rebelde, abreviaron su vida. Cercano ya a la tumba, decía Don Sancho, según testimonio del infante don Juan Manuel en su libro "De las Tres razones":
-Bien creo que esta muerte que yo muero, non es muerte de dolencia; mas es muerte que me dan mis pecados, et sennaladamente por la maldición que me dio mio padre por muchos merescimientos que yo le merescí.
Pese a todo, Sancho IV fue un príncipe ilustrado y animoso, al cual se le han atribuido dos obras notables, tituladas "El Lucidario" y el "Libro de los Castigos", cuya forma literaria no desmerece de la de Alfonso X el Sabio. La primera es una colección de apólogos y apotegmas y la segunda, de mayor importancia, es una obra moral y política de carácter didáctico, que el rey escribió para la educación de su hijo.
Además hizo traducir del francés al castellano obra de gran mérito, entre ellas el "Libro del Tesoro", escrito por Bruneto Latino y traducido por Alfonso de Paredes, médico de cámara del rey. Dicha obra, aunque lleva el mismo título que la atribuida a Don Alfonso X el Sabio, no trata de alquimia, pues se reduce a una colección de los dichos y sentencias más notables de algunos sabios.
"La Gran Conquista de Ultramar", cuya paternidad se ha adjudicado también al rey Sabio, es igual a una traducción francesa, ordenada por Sancho IV, siendo su asunto la historia de las Cruzadas.
Sancho IV el Bravo creó asimismo los estudios generales de Alcalá de Henares, base de su famosa Universidad.
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