29 abr 2013

EL ORIGEN DEL TÍTULO DE PRÍNCIPE DE ASTURIAS Y "LOS FARFANES"

Tres años habían transcurrido cuando el duque de Lancaster volvió a sus pretensiones de reinar en Castilla, y, aliado con Juan I de Avis, penetró por Galicia.
Merece resaltarse el hecho de que el duque de Lancaster, en su calidad de prócer inglés, había negociado anteriormente la alianza de Inglaterra y Portugal contra España.  Y es curioso observar que desde entonces hasta la invasión francesa en nuestro país siempre ha existido esta enemistad.
La guerra entre Lancaster y el rey de Castilla concluyó bien pronto al ponerse de acuerdo el pretendiente inglés y el monarca castellano en que se casaran el heredero de éste, Enrique, y la hija de Lancaster, llamada Catalina.
Recordemos que el abuelo de Enrique fue Don Enrique de Trastámara, y el de Catalina Don Pedro I el Cruel.  Pero el nuevo matrimonio relegaba al olvido las terribles peleas de Pedro y su hermanastro, y daba la corona de modo decisivo a la rama bastarda, unida a la legítima por parte de la esposa.
Aunque los novios no estaban en edad de casarse, recibieron no obstante el título de Príncipes de Asturias, que usaron desde entonces los hijos primogénitos de los reyes de España.
Las mujeres no llevaban antiguamente este título.  La primera en usarlo fue Doña Isabel II.  Durante el otoño de 1390 salió Don Juan I de Castilla a mostrar en Toledo sus dotes de jinete.  Pero tropezó el caballo con tan mala fortuna que rodó por el suelo arrastrando al monarca, el cual murió de ese accidente a los treinta y dos años.
Su hijo y sucesor, don Enrique III, acababa de cumplir once años.  Tres años después se realizó su casamiento con su prima Catalina de Lancaster.  La influencia del estado llano se hizo prepotente en el reinado de Juan I de Castilla; pero el monarca reunió muchas veces las Cortes y publicó leyes y acuerdo de gran relevancia, entre los cuales se cuentan la creación de un Consejo en el que entraron cuatro representantes del estado llano para asesorar al rey.
En las Cortes reunidas en Segovia en el año 1383 se acordó, siguiendo el ejemplo dado por Aragón en 1350, variar el cómputo cronológico abandonando la Era Hispánica y adoptando la Vulgar o Cristiana, que rige desde entonces.
Por estas fechas se fijó también en España la actitud frente al Gran Cisma de Occidente, prestando obediencia al Papa Clemente VII; asimismo volvieron a nuestro país los farfanes, caballeros cristianos que estaban al servicio del rey de Marruecos.
Hemos de recordar que desde los primeros tiempos de la conquista de España por los árabes, fue muy frecuente que aventureros cristianos, por móviles más o menos respetables o beocios, se pusieran al servicio de los reyes moros, sin abjurar de su religión ni obligarse a guerrear contra los príncipes cristianos de la Península.
Así, el Cid Campeador se alistó en las filas del régulo de Zaragoza, y Guzmán el Bueno, el mártir de la lealtad, se estableció en África al servicio de los benimerines.  Fueron, pues, farfanes estos gloriosos héroes  populares, y lo fue también el rey de Navarra, Sancho VII, que, enredado en ciertos amores, figuró por algún tiempo como soldado del mismo emperador de los almohades a quien luego combatiría en las Navas de Tolosa.
Los farfanes que reclamaron la intervención de Don Juan I de Castilla para que el soberano marroquí les desligara de sus compromisos eran cincuenta.  Y fue precisamente presenciando sus ejércitos a la jineta morisca, cuando Juan I se cayó del caballo y se mató.
Por entonces fue acogido en Castilla un rey de destronado de Armenia, a quien el monarca castellano regaló varias poblaciones, entre ellas Andújar y Madrid.  El soberano armenio a quien Juan I hizo tal regalo, fue León V de Lusignán, vencido y reducido a la esclavitud por el Soldán de Babilonia, y que recobró su libertad por la generosa intervención del rey de Castilla.
Las donaciones de villas y ciudades pertenecientes a la corona eran muy frecuentes en esta época.  Quien más abusó de esta práctica fue Enrique II el Fratricida para atraerse partidarios en sus guerras contra su hermanastro don Pedro I el Cruel.
Finalmente, a Juan I de Castilla se deben la fundación del Paular, famoso monasterio de Cartujos, y la Orden de Caballería del "Collar de Oro" o del "Espíritu Santo", que han desaparecido, y cuyo distintivo era una paloma blanca pendiente de un collar.

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