Fernando III sitió Córdoba, que se rindió, después de un largo cerco, a condición de que se respetase la vida de sus oradores y se les permitiera ir adonde quisieran, decantándose casi todos a Granada.
Cuando el rey de Castilla y León tomó posesión de la soberbia capital del Califato de Occidente, la gran mezquita cordobesa fue transformada en catedral. Y las campanas que en ella servían de lámparas, y que fueron traídas por Almanzor desde Compostela en hombros de cristianos, volvieron a la catedral de Santiago en hombros de infieles.
En 1246 sitió Fernando III la ciudad de Jaén, que pertenecía al reino de Granada, y su soberano Alhamar no sólo entregó la plaza, sino que también se declaró auxiliar y tributario del rey castellano.
Por esas mismas fechas, las armas de Castilla, unidas con las de Aragón, fueron llevadas victoriosamente a Murcia por el infante Don Alfonso, quedando incorporado aquel reino a la corona de Fernando III, pues el monarca aragonés, que era entonces Don Jaime I, renunció a la parte que le correspondíera en la conquista de dicho territorio.
Inmediatamente después Fernando III se propuso conquistar Sevilla. El sitio de la ciudad fue largo y difícil, pues duró un año. En él intervino por primera vez la marina castellana, organizada por el burgalés Ramón Bonifaz, y cuyos barcos, entrando por el Guadalquivir, rompieron las cadenas que cerraban el paso del río y cortaron las comunicaciones entre la plaza sitiada y el barrio de Triana, mientras el ejército de tierra alzaba sus tiendas en el extenso Campo de Tablada.
Cuando los sitiados comprendieron que no podían prolongar ya la resistencia, entregaron al rey de Castilla la ciudad del Betis. Era el año 1248.
Desde entonces, el reino de Granada se convirtió en el último baluarte de los árabes en España, se declaró vasallo del monarca castellano, obligándose a pagar anualmente un tributo en señal de sumisión.
Comprendiendo Fernando III (luego San Fernando) que la Reconquista no estaría asegurada mientras no se cerrase el estrecho de Gibraltar, para impedir nuevas irrupciones africanas, intentó llevar a cabo una expedición al Imperio marroquí, lo que no pudo llevar a cabo porque enfermó gravemente y muró en Sevilla el año 1252.
Además de gran guerrero, el rey Fernando III fue un gran organizador de sus Estados. Promulgó leyes, protegió universidades, muy especialmente la de Salamanca, fundada por su padre, y comenzó la construcción de las catedrales de Burgos y Toledo, ambas de puro estilo gótico.
Fernando III se caso primero con la princesa Beatriz de la casa de Suabia, madre de Alfonso X el Sabio; y en 1231 contrajo matrimonio en segundas nupcias con Juana de Ponthieu.
Antes hemos dicho que Fernando III se convirtió en San Fernando. Lo cierto es que entendiendo España que su rey había sido piadoso y meritorio en vida, presionó a la curia de Roma para que aceptase su canonización, la cual se tramitó con extraordinaria rapidez. Sin embargo hubo que esperar nada menos que cuatrocientos veinte años hasta que el Papa Clemente X subió a los altares a Fernando III y declaró festivo, por cierto, el día 30 de mayo, fecha de la muerte del rey de Castilla.
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