Al principio las fricciones entre las dos religiones fueron pocas. Los invasores constituían un número reducido y buscaban su alojamiento en lugares alejados de las aglomeraciones. Según fueron aumentando los convertidos a la nueva fe, se fue produciendo una ocupación progresiva de las grandes ciudades, de tal manera que, al concluir el siglo octavo, los que ocupaban zonas restringidas y periféricas del contexto urbano eran las comunidades mozárabes. En esta proverbial convivencia cristianos y musulmanes llegaron a compartir el mismo templo; mediante un tabique se separaban las naves para que se pudiesen celebrar los diferentes rituales. Esta solución no fue una característica hispana; durante todo el período expansivo del primer califato, y aun también con los omeyas, en Oriente se procedió de igual forma.
Con la progresiva apostasía de los hispanos, fue necesario que toda la iglesia se convirtiese paulatinamente en mezquita, compensándoles a los cristianos económicamente y permitiéndoseles reedificar algún viejo templo en as afueras o en los despoblados. Este procedimiento, que fue el seguido en Córdoba, sirve de ilustración paradigmática al fenómeno. Podríamos añadir, entre otros muchos ejemplos, el de las catedrales de Toledo o Barcelona transformadas en mezquitas primer y que después, con la Reconquista, volverían a ser templos cristianos.
Siempre que nos encontramos referencias a las iglesias que empleaban los mozárabes vemos que se trata de edificios que perduraban desde época hispanogoda. El número de templos que podían conservar se fijaba en el momento de la capitulación, pero la disminución de los cristianos hacía que aquellos fueran abandonándose paulatinamente. Tenían rigurosamente prohibido la edificación de otros nuevos, pero había diversos criterios sobre la autorización de su renovación. Este párrafo de un jurisconsulto musulmán nos ilustra sobre el tema:
"Debe prohibírseles que las reparen o reboquen por la parte exterior; mas no así rebocar la parte interior y que linda con ellos; más, según otro alfaquí, podrían ser reedificada las iglesias que se hubiesen demolido injustamente, y no las que se hubiesen caído por sí mismas; más en todo caso, sin aumento ni ensanche alguno, sobre el propio suelo y empleando las mismas piedras y materiales antiguos."
De todo esto se infiere que nos encontramos con una arquitectura antigua que sobrevive recreándose en su propia realidad material. Por un lado, sus piedras son los venerables restos que emblematizan el pasado de las basílicas de los mártires erigidas en la época que el cristianismo enseñoreaba el territorio y, por otro, la ley no permitía más reconstrucción que la del reaprovechamiento, una y otra vez, de los mismos materiales de origen.
Sobre la forma de estos edificios muy poco es lo que conocemos; por lógica, debieron ser los más pobres y reducidos de los hispanogodos, pues los principales se convertirían en mezquitas. La de Santa María de Ossonoba, conocida como Santa María de Algarbe, hoy Faro, debió ser una excepción y por ello era reputada de la más hermosa de toda la España árabe. Pero por lo general debía estar próxima a esa arquitectura grosera y pobre a la que se refirió Eulogio para definir los edificios levantados en Córdoba.
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