Solamente en tres ocasiones otros pueblos musulmanes procedentes del norte de África invadieron España, dominando los reinos de Taifas y poniendo en peligro la existencia de los cristianos. Por fortuna su dominación fue de corta duración y su poder fue, finalmente, en las tres ocasiones destruido.
En tanto que los reinos de taifas se destrozaban mutuamente, se iba formando en África un imperio poderoso, cuyos súbditos tomaron el nombre de Almorávdes, que quiere decir "hombres religiosos", y también el de Tantuníes, por proceder de la tribu de los Tamtunas. Se dice en árabe el morabetyn, de donde se deriva también el nombre morabut o morabita, con que se designa todavía a los ermitaños o religiosos musulmanes.
El jefe de los almorávides era Jusuf-ben-Tafkin, a quien Motamid de Sevilla pidió auxilio contra los cristianos. En virtud de ese llamamiento, vinieron a la Península los almorávides y vencieron a Alfonso VI en la batalla de Zalaca, volviendo después sus armas contra los reinos de taifas y acabando con todos ellos.
Los almorávides alcanzaron una segunda victoria sobre los cristianos en la batalla de Uclés, pero su dominio en África se veía ya por entonces amenazado por un nuevo pueblo: los almohades.
De las tres invasiones marroquíes la más peligrosa fue la de los almohades (unitarios), cuyas doctrinas religiosas tendían a producir un despertamiento de la fe apagada y una reversión a la primitiva sociedad y vida mahometanas. A estos hombres pidieron ayuda los reyes de Valencia, Murcia, Córdoba y el Algarve, que se habían hecho independientes de los almorávides.
Los almohades vencieron a los almorávides y luego volvieron también sus armas contra los que les habían llamado. Después, al mando de Jussuf-Abu-Jacub, derrotaron a Alfonso VIII en la batalla de Alarcos (en celebración de este triunfo se erigió, por cierto, la Giralda de Sevilla). Pero más tarde, Alfonso VIII los venció en las Navas de Tolosa, poniendo en fuga al rey Mohamed en Nasir, a quien las crónicas cristianas llaman el Miramamolín. Después de esta espectacular derrota, los almohades se volvieron a África, donde su Imperio tampoco tardó en hundirse y ser reemplazado por el de los Benimerines o Merinidas.
Estos desembarcaron en España, llamados por los reyes de Granada; pero fueron vencidos en la batalla del Salado, que les ganó Alfonso XI, obligándoles a repasar el estrecho y no volver a probar fortuna nunca más en nuestra Península.
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