Poco después de la muerte de Abderramán III, el califato de Córdoba entró en una rápida decadencia, mientras los reinos cristianos aumentaban su poderío. Sucedió a Abderramán su hijo Al-Hakán II (961-976), quien fue un monarca pacífico, pero sin dotes de gobierno. Amante de la cultura, logró reunir en Córdoba una inmensa biblioteca e hizo de esta ciudad el centro intelectual de los países árabes. Estableció en todos los pueblos escuelas gratuitas y generalizó la instrucción pública de tal manera, que en Andalucía eran pocos los que no sabían leer y escribir. Por todo lo dicho el reinado de Al-Hakán II y el de Abderramán III podríamos decir que forman el siglo de oro de la literatura árabe.
Al morir Al-Hakán II le sucedió su hijo, el débil Hixam II (976-1008), en cuyo tiempo, una vez más, el califato estuvo gobernado por el famoso Almanzor, primer ministro del monarca.
Mohamed Abuamir, más conocido por el sobrenombre de Almanzor (el Victorioso), había estudiado la carrera de abogado en Córdoba. Almanzor está considerado como el genio militar y político más grande que produjo Al-Ándalus. Este hombre extraordinario, que fue califa de hecho ya que no de derecho, consiguió como resultado de las dos algaras que hacía cada año, reducir los estados cristianos a los primitivos límites del inicio de la Reconquista. Es una lástima que el recuerdo de los medios indignos y de los crímenes abominables de que se valió para adquirir y conservar el poder empañe el brillo de sus dotes políticas y militares.
Almanzor ganó 57 batallas, siendo las más célebres de sus campañas militares la del año 981, en que tomó Zamora; la de 984, en que destruyó León; las de 985, en la primera de las cuales se apoderó de Barcelona y en la segunda de Pamplona; y la de 997, en que arruinó a Santiago y conquistó Mauritania. La toma de Santiago de Compostela produjo desoladora impresión en todo Occidente, porque ya era importante lugar de peregrinación para visitar el sepulcro del Santo. La ciudad fue saqueada y destruida su basílica, si bien Almanzor respetó la tumba del Apóstol y la vida del monje que la guardaba.
Es cierto que las ciudades conquistadas se abandonaron rápidamente, pues las expediciones de Almanzor no eran de conquista, sino de castigo y saqueo. Sin embargo, el golpe de Santiago resultó una conmoción para los cristianos, e inmenso el botín recogido por sus saqueadores.
De todas formas, las victorias de los árabes no fueron continuas. Según la tradición, el gran Almanzor fue derrotado y herido en la famosa batalla de Calatañazoe, muriendo de sus resultas en Medinaceli el 10 de agosto del año 1002, cuando acababa de cumplir los setenta años de edad.
Con la muerte de Almanzor comenzó a retemblar el edificio del califato, que se hundió completamente en tiempo de Hixam III (1027-1031). A pesar del esfuerzo de sus hijos, los príncipes sucesores del gran Almanzor, para conservar el poder y la unidad, el califato, minado por las discordias internas y las violencias, acabó disgregándose en varios pequeños reinos, llamados Taifas.
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