Según Luis García Berlanga en el número 443 de la revista Triunfo, 1939, el año en que acabó la Guerra Civil, había podido señalar los principios de un cine realista, pero se dejó pasar una oportunidad como ésa. El cine español no utilizó como tema esa guerra que, sin embargo, tanto se prestaba a ello (tendría que venir la Democracia para abordarla sesgadamente en profundidad). Tal vez (seguramente) no se le dejó utilizarla. Así que se prefirió hacer filmes folklóricos o históricos, en los que el hombre desparecía detrás de la guitarra y el sombrero, o bien bajo la peluca y los trajes de época.
Efectivamente, el cine no sólo se olvidó del período anterior,sino que fue, a qué negarlo, excesivamente parco en la plasmación en imagen de la contienda y sus protagonistas, incluso de los vencedores. En cambio surgió con fuerza un pseudocine, que pronto adquirió una denominación propia: "la españolada". Este género tuvo dos vertientes: la folklórica, exponente de un mundo falso, pero feliz, en la que hicieron carrera los padres de multitud de niños prodigio y en la cual se intentaba subvertir los verdaderos caracteres patrios, poniendo en primer plano valores y actitudes totalmente discutibles. La otra vertiente, la de "la españolada", era la vertiente histórica, cuyos principales intérpretes serías casi siempre Amparo Rivelles y Manuel Luna. Como señaló en su momento Diego Galán, "las películas históricas -grandes producciones de CIFESA- o las películas religiosas demostraban que España seguía siendo (o había sido) la reina del mundo y cómo una serie de personajes habían conseguido transformar en bello y feliz lo que era triste y decadente". Los títulos más representativos de este momento fueron Agustina de Aragón, El niño de las monjas, Lo que nunca muere, La Lola se va a los puertos, etc...
La década de los cincuenta supondría un arrinconamiento de la españolada con mejores éxitos de taquilla, cual serían filmes como El útimo cuplé, de Sara Montiel, o Carmen de Ronda, o de los niños prodigio que, además de enternecer al adormilado público con su ingenuidad, cantaban en los más diversos estilos, como Marisol o Joselito.
Supuso un intento -minoritario desde luego y desprovisto de la ayuda oficial, pero no por eso menos meritorio- el realizar un nuevo cine que, llevado de la mano de Luis García Berlanga (Bienvenido, míster Marshall, El verdugo) o Juan Antonio Bardem (Calle Mayor, La muerte de un ciclista) entre otros, intentase poner el cine español a la altura de las tendencias más avanzadas del cine mundial (americano en un momento, europeo más tarde) y buscar su temática en la realidad cotidiana de un país y de unos hombres cada vez menos idealistas (si es que alguna vez lo fueron). Consiguieron que el neorrealismo, el cine social, entraran en el país, aunque con unos años de retraso.
Una punta de lanza en este intento fue sin duda el cine de humor, pero no un humor fácil y de galán como había ocurrido anteriormente, sino un humor más "quevedista" y que algunos críticos bautizaron como "humor negro". En esta línea destacan películas como El cochecito, El pisito... Dspués vendría el humor de Summers, menos negro pero más humano: Del rosa al amarillo o Adiós, cigüeña, adiós.
El "landismo" o las películas de Tony Leblanc merecerían capítulo aparte, así como la aportación, mucho más culta, de Luis Buñuel, que se situó, aunque desde el exilio, a la altura de mejores cineastas.
En resumen, el cine español del franquismo tal vez fue el único posible, siendo un espléndido testimonio de una época que se define a sí misma en sus películas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario