El 8 de marzo de 1972 fue uno de los días más felices para los franquistas. La boda entre don Alfonso de Borbón Dampierre, nieto de Alfonso XIII, y María del Carmen Martínez-Bordiu Franco iba a ser el acontecimiento más importante del año.
Por decirlo de una manera simplista, el enlace matrimonial suponía un vínculo definitivo entre la familia monárquica y la golpista del año 1936.
La boda podía ayudar a rectificar la decisión tomada por Franco hacía menos de tres años y ya refrendada por las Cortes, designando sucesor a título de Rey al príncipe Juan Carlos de Borbón. Pero ¿acaso no era don Jaime -el hijo mayor de Alfonso XIII y padre de don Alfonso de Borbón- el legítimo sucesor del huido monarca? Sí, es cierto que había renunciado a sus derechos en favor de su hermano Don juan, pero ¿hasta qué punto la decisión de un padre podía afectar a los derechos de su propio hijo? La sucesión de Franco se ponía de nuevo en entredicho.

López Rodó desde el Gobierno y Antonio Oriol desde el Consejo del Reino maniobraban para que nadie pudiera poner piedras en el camino del príncipe Juan Carlos. Franco se enfadó y llegó a decirle a Oriol: "Quisiera saber de dónde sale la maniobra. Don Alfonso tenía el título de príncipe y ahora, porque se casa con mi nieta, se lo quieren quitar". Oriol le explicó que no se lo querían quitar, sino que ahora que lo había pedido no procedía concedérselo.

Fuera como fuese, el entorno de El Pardo, encabezado por el marqués de Villaverde, doña Carmen Polo y toda la legión de inmovilistas que buscaban perpetuar el franquismo, había encontrado en la figura de don Alfonso un abanderado por el que luchar para mantener sus privilegios, su propio príncipe, un hombre que seguiría al pie de la letra los principios del Movimiento, que jamás legalizaría a los comunistas y socialistas sino que los combatiría y que mantendría a España a salvo de los usos liberales que tanto gustaban en Europa. Don Alfonso se convertía en el candidato a Rey del Movimiento. Había manifestado en repetidas ocasiones que tenía derecho al trono y que no iba a permitir que se abriera vía alguna que diera paso "a quienes pretendían destruir la patria", que a su juicio no eran otros que todos los proscritos desde el final de la Guerra Civil. Pero no nos engañemos; Don Alfonso reconocía a su primo como Rey, pero éste tendría que respetar su juramento de fidelidad a Franco. Así se condicionaba la futura labor de don Juan Carlos y don Alfonso se constituía en guardián, vigilante y casi carcelero de un Príncipe rehén del Movimiento enclaustrado entre las paredes de La Zarzuela, rodeado de enemigos políticos que tendría que vivir en silencio, sin poder expresar sus ideas.
Obviamente la boda de la nieta de Franco con un Borbón creó inquietud entre quienes apoyaban a don Juan Carlos, entre ellos Laureano López Rodó.

Los otros, poco a poco, con discreción y buen tiento, se habían ido acercando al poder, es decir, al entorno de Franco. Eran un grupo de jóvenes de buena familia y educados en universidades importantes tanto de dentro como de fuera de España. Su influencia era cada vez mayor y disfrutaban ya de las mieles del Gobierno. Sus detractores les acusaban de comportarse "como una secta". Habían sabido conducir con acierto la economía del país. Eran los "tecnócratas", los artífices de una buena parte del despegue económico de los años sesenta. Todos ellos provenían de grupos católicos conservadores y del Opus Dei, la mayoría estaban comprometidos con el príncipe Juan Carlos y la princesa Sofía, a los que frecuentaban, y se habían constituido en una fuerza ascendente.
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