9 oct 2012

LA SUCESIÓN DE FRANCISCO FRANCO Y EL FUTURO DEL RÉGIMEN (VI)

Incluso hoy, treinta y nueve años después, a personalidad de Carrero Blanco sigue siendo un enigma para los historiadores.  Hombre de pocas palabras, fiel consejero de Franco, abierto en sus análisis, duro en sus juicios, gris en su figura, siempre a la sombra del Caudillo, el almirante veía en el Régimen una Cruzada cuya victoria había que conservar, mantener y defender contra viento y marea.
Carrero Blanco era un cruzado del Opus Dei contra el comunismo, la masonería, el capitalismo y la necedad de las clases burguesas. 
Para Carrero la única verdad absoluta era Dios.  A su exacerbado catolicismo se unía un anticomunismo feroz y una desconfianza absoluta hacia cualquiera que cuestionase el milagro obrado en España por la Divina Providencia a través de su herramienta, llamada Francisco Franco.
Devoto del Generalísimo, el almirante se perfilaba como la única persona con autoridad para dirigir la sucesión de Franco, el único capaz de llegar hasta el final, como militar que era.  Carrero siempre quiso dejar clara su postura hacia el Caudillo: "Soy un hombre totalmente identificado con la obra política de Franco, plasmada doctrinalmente en los Principios del Movimiento Nacional y en las Leyes Fundamentales del Reino; mi lealtad a su persona y a su obra es total, clara y limpia, sin sombra de ningún íntimo condicionamiento ni mácula de reserva mental alguna."
Carrero era la eminencia gris del Régimen.  Una persona imprescindible para el Generalísimo, capaz de interpretar sus deseos más íntimos (por algo ya le había servido en el Estrecho de Gibraltar durante el Alzamiento).  Podríamos decir, incluso, que llegó a convertirse en el "alter ego" del Caudillo.  Era un hombre químicamente franquista.  Hijo y nieto de militares, siempre había vivido de su sueldo. Ocupó durante treinta años cargos políticos, entre ellos los de vicepresidente y presidente del Gobierno, cargos que, como Franco pagaba mal, no le permitieron disfrutar de una economía altamente saneada.
Los ultras no veían en Carrero a un hombre del partido.  El almirante jamás vistió la camisa azul.  Siempre hizo gala de su vocación de marino y de su lealtad a Franco, sin que ello le llevara a levantar el brazo manteniendo el saludo fascista.  Era frío y alejado de cualquier interés que no fuera el de España. Y para él, España era el Caudillo.  No se trataba, pues, de un hombre político, sino de un creyente convencido. Dios y Franco, por ese orden, eran sus guías.
Por lo tanto podemos asumir que Carrero se convirtió en una especie de Franco 2, quien tenía un concepto castrense de su relación con Franco.  Carrero era algo así como el jefe del Estado Mayor del Régimen.
Torcuato Fernández Miranda, Laureano López Rodó y otros ministros del Opus Dei inspiraron la labor de gobierno de Carrero, aconsejando a un hombre que aun sin ser presidente tenía que adoptar ya esas funciones en la sombra.  Las largas "ausencias" del Caudillo le obligaban a eso y a mucho más.
Carrero Blanco se convirtió en dique y en riada al mismo tiempo.  Con su presencia bloqueaba toda deriva política pues se constituyó en auténtico albacea del Régimen.  Pero al mismo tiempo se oponía a los deseos del "búnker", por el que nunca sintió grandes simpatías precisamente, al abanderar la sucesión del príncipe don Juan Carlos.  Y así se enfrentaba a unos y a otros, atrayéndose las iras de la familia Franco (y quién sabe si las del propio Caudillo en más de una ocasión).
Y por si esto fuera poco, no parece que su tutela fuera bien vista por los Estados Unidos, ni por el propio Juan Carlos, el Príncipe tutelado que ya por entonces tenía bastante claro cómo quería que fuese el futuro de las Españas.
En definitiva, la fidelidad al Caudillo de aquel marino de Santoña habría de convertirse en un obstáculo para todos... Y así le fue.

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