El espíritu de 1936 había vuelto a ocupar los ministerios de España. La reacción en el extranjero fue terriblemente desfavorable al nombramiento de Arias Navarro, el "hombre de la represión". Alfonso de Borbón Dampierre recuperó la sonrisa, las perspectivas no podían ser mejores. En una cacería, el marqués de Villaverde le comentó a López Rodó: "Por de pronto tenemos cinco años de gobierno de Arias, después ya se verá". La familia de El Pardo, es obvio, no había renunciado a la posibilidad de eliminar al príncipe Juan Carlos para sustituirle por Alfonso Dampierre.
Todos los del búnker querían conservar aquellos principios que Franco había mantenido durante décadas, pero cada cual a su manera, y las luchas encarnizadas entre las diferentes facciones no se hicieron esperar.
El domingo 30 de diciembre de 1973, a las diez de la noche, como todos los años, Televisión Española y las distintas emisoras radiofónicas retransmitieron el mensaje del dictador a los españoles. Fue entonces cuando el Caudillo, refiriéndose a la muerte de Carrero Blanco, pronunció la famosa frase de "no hay mal que por bien no venga". Lo cierto es que la frase completa fue la siguiente:
"Es virtud del hombre político la de convertir los males en bienes..., no en vano reza el adagio popular que no hay mal que por bien no venga".
Aquella frase sorprendió a todo el mundo y preocupó a más de uno, en especial a Fernando de Liñán, ministro de Información y Turismo y el hombre que redactó el discurso del Caudillo y que dejó, entre frases sentidas de recuerdo al difunto almirante, un espacio en blanco para que el generalísimo lo rellenase a su antojo y pusiese en él el nombre del nuevo presidente, entonces aún desconocido. Era obvio que alguien había añadido esa frase que el Caudillo hacía suya en su mensaje a la nación.
Las primeras palabras del nuevo presidente del Gobierno fueron para desplazar a Franco en sus funciones políticas: "No nos es lícito por más tiempo continuar transfiriendo inconscientemente sobre los nobles hombros del jefe del Estado la responsabilidad de la innovación política...".
Si hubo una frase condicionante del futuro de España y significativa en aquellas fechas, no fue otra que la de Arias.
El objetivo era olvidar a Carrero, que cayese en el olvido. Ni los intentos de su familia por honrar su memoria tuvieron eco posterior. Carrero quedó como un símbolo de la ultraderecha... y poco más.
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