El primer plan de desarrollo puso en evidencia que, junto a la agricultura, las industrias básicas eran incapaces de mantener los ritmos de producción necesarios. Como consecuencia de ello las importaciones de materias primas previstas por el plan en un 8,5% llegaron a un 22,5% en 1964, 41,9% en 1965 y 15,4% en 1966.
El fondo del problema podría encontrarse quizá en el extremado conservadurismo del capitalismo español, que le llevó a invertir fundamentalmente en sectores donde estuviese garantizado un alto margen de especulación (el 46% de la Formación Bruta del Capital en este período pasó a la construcción).
Uno de los sectores más incisivos en este momento lo constituyó el dedicado a la fabricación de automóviles. Debido tanto al bajo nivel de vida como a la falta de una industria siderometalúrgica que proporcionase las materias primas, la fabricación de automóviles no se inició en el país hasta 1950, ya que los intentos anteriores, como el de Hispano-Suiza, fracasaron. En 1950, y bajo patente Fiat, empezó a fabricar la Sociedad Española de Automóviles de Turismo (SEAT), fuertemente controlada por el I.N.I., turismos entre los que alcanzó gran popularidad el "seiscientos", vehículo que acompañará a toda una época de nuestra historia. El progresivo aumento de capacidad económica de algunas de las capas de la sociedad hizo que surgieran nuevas industrias, todas ellas con patentes extranjeras, que animaron con sus vehículos las ciudades y carreteras de las Españas. La falta de investigación y la secular dependencia de las casas matrices hicieron que a la vez que se gastaban considerables cantidades en concepto de "royalties", las series de producción no fuesen todo lo extensas que deberían, ya que las exportaciones eran imposibles a aquellos países controlados por las mismas. La fabricación de vehículos industriales respondía en casi su totalidad a lo que acabamos de decir sobre turismos.
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