El 17 de mayo forma su primer gobierno el doctor Negrín. Socialista moderado, había sido ministro de Hacienda y había estudiado la carrera de Medicina en Alemania. En 1929, siendo presidente del Comité d Construcción de la Ciudad Universitaria, se afilió al Partido Socialista.
Según algunos comentaristas políticos era un hombre íntegro y horado, y cuando subió al poder escogió colaboradores democráticos para su gobierno. Durante los dos primeros meses de su mandato el ejército nacional estaba llevando a cabo la campaña del norte, y los consejeros rusos pensaron que era necesario organizar un ataque en el frente central, de forma que restase fuerza a la ofensiva del norte, aliviando la presión al tener los nacionales que dispersarse ante la amenaza del centro. El Estado Mayor de Madrid escogió como sector apropiado el situado al oeste de la capital, por la carretera de La Coruña, abandonando la vieja idea de Largo Caballero de iniciar la ofensiva por Extremadura. Se pensaba que avanzando hacia el sur, hacia la villa de Brunete, se cogería al enemigo por la retaguardia, no teniendo éste más remedio que abandonar Madrid.
Con este fin, de un ejército de 600.000 hombres destacaron 50.000 alrededor de Brunete. Se planeó un doble ataque por los flancos; a la izquierda del dispositivo rojo, varias brigadas de choque, bien apoyadas por carros, atacarían las líneas nacionales situadas entre Aranjuez y Toledo y tratarían de llegar a las carreteras que enlazaban el frente de Madrid con las bases del Tajo; a la derecha, la masa principal rompería el frente, se lanzaría sobre el frente de comunicaciones de Navalcarnero, envolvería todas las posiciones nacionales de la carretera de La Coruña, Casa de Campo y Ciudad Universitaria y cortaría la retirada a las tres divisiones que guarnecían el frente por el oeste, el sur y el sudeste de Madrid. Para completar estas acciones en los flancos, otra masa, menor, pero bien dotada, atacaría en el centro, o sea, hacia el barrio madrileño de Usera o hacia los pueblos de Carabanchely empujaría sobre la retaguardia cortada a las tropas que trataran de defenderse cerca de Madrid. Como podrá advertirse, elplan responde a los principios más básicos del "arte de la guerra".
El ataque se inició por sorpresa el 6 de julio, logrando penetrar unos ocho kilómetros en las posiciones nacionales. El encuentro de ambos ejércitos fue uno de los más sangrientos de toda la Guerra Civil, junto con las batallas del Jarama y del Ebro. Uno y otro ejército cañonearon por error sus propias posiciones. El día 18, las pérdidas habían sido terribles; pero aun así el ejército republicano conservaba una gran superioridad en efectivos sobre el nacional. El 19 llegaron los refuerzos para éstos, iniciándose la contraofensiva.
La incoherencia de los jefes militares republicanos y el plan táctico hábilmente preparado por los generales del ejército de Franco obligaron al repliegue republicano; la aviación alemana había ametrallado eficazmente sus posiciones. Los servicios de sanidad tenían que trabajar en las más duras y precarias condiciones. El día 29 el ejército republicano huía en desbandada. Brunete ni retardó la caída de Santander ni levantó el cerco de Madrid; muy al contrario, a finales de octubre quedaba terminada la campaña en el norte; las ciudades comenzaron a ser reconstruidas, los puertos iniciaron la exportación de minerales y los caminos y carreteras fueron reparados.
En el frente aragonés, que desde las operaciones de 1936 se encontraba estabilizado y en situación muy precaria, el gobierno republicano inició otra ofensiva, conforme a los planes del teniente coronel Vicente Rojo. El gobierno del frente populista pensó obtener allí mejores resultados que en Brunete, y concibió un ataque de dispersión de las posiciones nacionales. Confiaba con esta acción que el cerco de Santander y la marcha sobre Asturias se detendría. Con tal propósito, y cuatro días antes de la caída de Santander, concentró en la zona de Belchite un grueso de 80.000 hombres, apoyados por 205 aviones, 40 baterías y unos 100 carros de combate al mando del general Pozas, que instaló su cuartel general en el pueblo de Bujaraloz. Estos efectivos significaban una gran concentración frente a la de los nacionales, quienes contaban con unos 7.000 hombres exclusivamente españoles, diseminados por un frente discontinuo y caracterizado por núcleos de resistencia que se enlazaban por algunas cortinas de tiradores. Los nacionales ofrecían así una ocasión propicia ara ser rebasados ampliamente.
El 24 de agosto se inició la ofensiva en los pueblos de Belchite y Quinto; con esta maniobra se pretendía tomar Zaragoza, cortarle las comunicaciones y privar al ejército nacional de uno de sus centros estratégicos más importantes. Los ataques planeados era los siguientes: Una fuerte masa de choque debía operar, por sorpresa, en el sector de Zuera, al norte de Zaragoza, con la misión de tomar este pueblo, cortar la carretera de Zaragoza, cruzar el río Gállego, aislar absolutamente la ciudad de Huesca por el sur y amenazar el flanco septentrional zaragozano. Como operación auxiliar y complementaria de la anterior, otra columna, una vez que la carretera Zaragoza-Zuera estuviese cortada, desembocaría desde la sierra de Alcubierre y bajaría hacia el pueblo de Villamayor, donde entraría fácilmente en contacto con los suburbios de la capital aragonesa. La masa principal de la maniobra se situaría a la derecha del Ebro, en el sector del pueblo de Quinto, y desde allí, dividida en dos concentraciones diferentes, enlazadas por medio de carros de combate, atacaría en la dirección Fuentes del Ebro-Belchite. Coronada esta fase, se asaltaría el monte Sillero, clave táctica de la región Fuentes del Ebro, y basculando hacia la izquierda, se invadiría la zona de Jaulín y Valmadrid, continuando inmediatamente la marcha hacia las carreteras de Zaragoza a Teruel y Zaragoza a Madrid. Fuerzas de infiltración se lanzarían hacia el cementerio de Zaragoza y hacia el barrio de Torrero para entrar triunfantes por donde penetraron algunas tropas de Napoleón en el año 1808.
Una gran masa de milicianos atacaron las escasas fuerzas nacionales destinadas en Belchite, que se defendieron como buenamente pudieron. Los pueblos comprendidos en la zona del frente tuvieron que ser tomados calle por calle y casa por casa. Pero Zaragoza no cayó, y el frente no sufrió alteraciones; esta ofensiva, como la de Brunete, y más tarde la de Teruel, serán un error y un fracaso tanto político como militar para el gobierno.
Desde que el Ejército del Sur inició la ofensiva, y hasta su llegada a las puertas de Madrid, su línea de acción fue un avance triunfal jalonado por el éxito (Mérida, Badajoz, Talavera, Toledo), que se detuvo en el frente madrileño. A partir de entonces, al producirse la estabilización de los frentes, los planes militares cambiaron. La estrategia de Franco era ganar la guerra gradualmente mediante el desgaste del enemigo. Para ello eran necesarios una serie de ataques localizados en puntos neurálgicos que sangrasen los efectivos del contrario (Jarama, Guadalajara).
En contraposición, el ejército republicano pretendió contrarrestar la acción nacionalista con ofensivas por sorpresa como las de Brunete y Belchite, y más tarde la de Teruel. Todas ellas estuvieron bien preparadas y tuvieron a su favor el factor sorpresa y el gran número de efectivos puestos a su servicio; sin embargo, los resultados fueron desastrosos. La falta de preparación del ejército hacía imposible mantener la victoria del ataque inicial, y todo se perdía en las retiradas y en los contraataques.
A la vista de estos resultados, los nacionales confiaban siempre en el triunfo final, y aunque las campañas del Jarama y Guadalajara fueron un estancamiento en su avance, los republicanos no hicieron otra cosa que defenderse, retardando la derrota final el tiempo que les fue posible.
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