4 ago 2012

LA HUELGA DE 1917 (III)

La huelga fue un desastre desde el comienzo, y como prueba señalaremos que, a pesar de haber sido iniciada por el sindicato de ferroviarios, éstos sólo la secundaron en algunos puntos.  Sin embargo -y a pesar de sus contradicciones-, la huelga consiguió paralizar la vida en buena parte del país, no obstante la declaración del estado de guerra y la ocupación militar de las zonas estratégicas.  El 13 de agosto la paralización era total en Madrid, Vizcaya, Asturias, Barcelona, Sabadell, Tarrasa, Valencia, Zaragoza y todas las cuencas mineras del norte.
Si al comienzo, y siguiendo las instrucciones de los organizadores, la huelga fue pacífica, pronto mediarían los incidentes entre huelguistas y las fuerzas de orden público, alcanzando su mayor virulencia los días 14 y 15.  A partir del día 18 la huelga entraba en su fase de aniquilación en casi todo el país, y sólo perduraría a partir del día 20 en Asturias.
El balance total de víctimas fue de 71 muertos y unos 150 heridos, independientemente del consejo de guerra que juzgó al comité de dirección.  El gobierno, que había claudicado ante las juntas de defensa, las cuales habían amonestado simbólicamente a los parlamentos, centró su presión en la masa obrera, con el apoyo de los que primero se le habían enfrentado.
Como resumen, veamos las causas que nos explicarían el gran fracaso del Moviemiento Obrero.
No fue por falta de fe, pues la idea de que la revolución burguesa tenía que ser dirigida por la burguesía (concepción analógica a la de los mancheviques rusos de 1905) y que el Movimiento Obrero actuaba de fuerza de choque, pero no de fuerza dirigente o hegemónica.  Se razonaba con un esquema propio de la Revolución Francesa de fines del siglo XVIII, cuando apenas existía clase obrera, como si el crecimiento de ésta no hubiese acentuado los temores y vacilaciones de la burguesía.  Parecía no contarse, por otra parte, con millones de jornaleros de la tierra, pequeños campesinos y modestos colonos, fuerzas precisamente indispensables para desarraigar las viejas estructuras y obtener unas transformaciones democráticas.  En definitiva, una tercera causa a añadir a lo dicho anteriormente fue el abandono, prácticamente total, del campesinado.

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