8 ago 2012

LA DERROTA DE LAS IZQUIERDAS Y EL FRACASO DE AZAÑA (VII): EL INCIDENTE DE CASAS VIEJAS

El 11 de enero de 1933, los campesinos de Casas Viejas (Cádiz) se alzaron en armas.  Los anarquistas de la localidad enarbolaron la bandera roja y negra, anunciaron la llegada de la anarquía y se lanzaron al asalto (sin éxito) del cuartel de la Guardia Civil, pronto reforzado por un grupo de guardias de asalto.  La mayoría de la población huyó a las montañas, pero un grupo de anarquistas se hizo fuerte en la casa de uno de los dirigentes, "Seisdedos". Los anarquistas se negaron a obedecer la orden de rendición, y un guardia de asalto, que había sido enviado para negociar con los rebeldes, fue tomado como rehén. Los guardias atacaron la casa de piedra de los sitiados, pero sin lograr su objetivo. El oficial que los mandaba decidió retrasar la operación hasta el amanecer del día siguiente.
Llegaron noventa guardias de asalto, y su capitán, Manuel Rojas, ordenó incendiar la casa de "Seisdedos". Cuando los ocupantes fueron saliendo, se disparó contra ellos sin intentar hacerlos prisioneros.  "Seisdedos", su hija "Libertaria" y el guardia de asalto, conservado como rehén, que habían permanecido dentro, fueron víctimas de las llamas.
El episodio no terminaría aún.  Rojas ordenó a los guardias que reuniesen en la casa de Seisdedos a todos los hombres que encontraran para que vieran las consecuencias de su levantamiento y les sirviera de escarmiento.  Reunieron a doce campesinos. Un incidente entre uno de ellos y el capitán Rojas provocó un nuevo drama.  Perdidos los nervios, el capitán comenzó a disparar, siguiendo su ejemplo los demás guardias.  Los doce campesinos cayeron muertos.
Luego se produjo una declaración sensacional del capitán Rojas a los periodistas. Aseguró que había recibido órdenes de que no hubiera "ni heridos ni prisioneros" y que Azaña le había dicho: "Los tiros a la barriga, a la barriga".  Azaña negó tal afirmación y ordenó inmediatamente una investigación.
Una oleada de indignación recorrió España.  La responsabilidad recaía sobre la República que proclamaba un régimen humanitario y pretendía una superioridad moral.  Además, la autora del hecho había sido la Guardia de Asalto, una fuerza creada por la propia República con la finalidad específica de evitar las duras represiones de que se acusaba a la Guardia Civil.
La opinión nacional no se conmovió así cuando carlistas y socialistas, políticamente conscientes, se tiroteaban mutuamente.  Y si censuraba el gangsterismo de algunos pistoleros profesionales, al servicio de los sindicatos, reaccionó con unánime energía contra la matanza de unos campesinos primitivos que vivían en la miseria.  La mayoría de los sectores parlamentarios -izquierdistas, exaltados, radicales y derechistas- se sintieron anonadados.  Aunque el expediente levantado por el gobierno fue exculpatorio y las Cortes dieron a éste su voto de confianza, a la vez que consideraron zanjada la cuestión, de ahora en adelante las cosas ya no seguirían igual.
La opinión pública culpó moralmente al gobierno, al que llamaría "Gobierno de Casas Viejas". El radical Martínez Barrio lo denominó "barro, sangre y lágrimas".  Lerroux se aprovechó del suceso.

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