11 ago 2012

EL LEVANTAMIENTO EN MARRUECOS Y LA PENÍNSULA (II)


Cuando se produjo la sublevación, el gobierno presidido por Casares Quiroga entró en crisis y tuvo que dimitir.  Su sucesor, Martínez Barrio, pensó en negociar con Mola, que tenía entonces el mando del levantamiento, pero el general se negó, precipitando su caída: Martínez Barrio era contrario a dar armas al pueblo para iniciar la contrarrevolución, y viéndose presionado por la opinión popular, tuvo que dimitir también. Subió al poder Giral, quien, forzado por la situación, tuvo que armar a las milicias populares.
En Barcelona, las tropas salieron a la calle el día 19 con la misma maniobra que dos años y medio más tarde hicieron los generales Solchaga y Yagüe.  Se extendieron por dos grandes ejes; pero por falta de enlace no pudieron unirse, y el movimiento quedó aislado.  La masa armada ahogó el levantamiento.  Goded, que desde Palma de Mallorca -donde había triunfado la rebelión- había recibido algunas noticias relativas al fracaso, recibió una llamada engañosa de su subordinado, el general Burriel, el cual le dijo que podía ir a Barcelona, porque el Alzamiento había sido un éxito allí.  Goded se trasladó a dicha ciudad en avión, y aunque no recibió los esperados saludos debidos a un general que llegaba, se dirigió al cuartel general de la IV división.  Las masas anarquistas entraron en tromba en él. Los oficiales insurgentes fueron rápidamente escoltados para evitar que fueran linchados.
A petición de Companys, y para evitar un inútil derramamiento de sangre, el general Goded habló por radio a las siete de la tarde, diciendo:  

"El destino ha sido adverso, y yo he caído prisionero; por esta razón libero de sus obligaciones hacia mí a todos los que me han seguido".

En Madrid, los nacionales se encerraron en los cuarteles, formando un cinturón alrededor de la ciudad; mas por falta de enlaces y actuación de conjunto las milicias armadas aislaron cada uno de estos centros, los tomaron al asalto y los fueron reduciendo uno a uno.  Ejemplo de esto fue lo que sucedió en el Cuartel de la Montaña:

"... En Madrid, durante la tarde y la noche del domingo, los trabajadores se prepararon para lanzarse al asalto del Cuartel de la Montaña.  A la mañana siguiente, avanzando con sus 5.000 fusiles y dos cañones de campaña, sufrieron tremendas pérdidas ante el intenso y preciso fuego de ametralladoras que se hacía desde le interior.  Los asaltantes propagaban las noticias de la victoria de Barcelona, culminando en la lectura repetida de las palabras pronunciadas por Goded tras su rendición.  La diferencias de opinión entre los sitiados les llevaron a enarbolar la bandera blanca, y luego a reanudar el fuego contra los asaltantes conforme éstos se acercaban esperando recibir la rendición.  Hacia mediodía, la multitud, enloquecida por los incidentes de la bandera blanca, irrumpió a través de la puerta principal.  En el interior, un grupo de jóvenes oficiales rebeldes estaban sentados frente a una mesa celebrando un consejo.  Se despidieron unos de otros, amartillaron sus pistolas y cometieron suicidio colectivo.  El teniente Moreno, de la Guardia de Asalto, que precedía a la enfurecida muchedumbre, logró llevarse al general Fanjul a prisión.  Docenas de oficiales fueron muertos en el acto.  La multitud se llevó las armas capturadas durante el asalto, y los soldados leales trasladaron al Ministerio de la Guerra unos 50.000 fusiles y grandes cantidades de municiones que habían sido almacenada en el Cuartel de la Montaña" (Jackson).

En las provincias vascas fracasó el Alzamiento por falta de apoyo militar, aunque los nacionalistas vascos lograron una rendición pacífica de los pocos elementos que estaban dispuestos a hacerlo.
Si todas las fuerzas militares se hubieran sublevado el 18 de julio, no habría habido guerra civil, puesto que habrían tenido en sus manos el control total de la nación; y si los obreros izquierdistas, armados por el gobierno, hubiesen sido dirigidos por oficiales de carrera competentes, la sublevación hubiera sido aplastada y hubiera pasado a la Historia, tal vez, como un simple pronunciamiento, la última algarada decimonónica que había llegado con algo de retraso.

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