11 ago 2012

DE FEBRERO A JULIO DE 1936 (V)

El clima de violencia se acentuaba.  A los choques diarios entre los trabajadores de la UGT y la CNT, entre falangistas e izquierdistas, entre la Guardia Civil y los campesinos, se unía la creciente atmósfera de odio de clases, especialmente en la España central y meridional.  Era evidente que ambos bandos consideraban ya la violencia como única vía para conquistar el poder.
Entre las posturas más hostiles al Frente Popular destaca Calvo Sotelo, jefe del Bloque Nacional y principal dirigente civil; enérgico y sólido, se permitía atacar abierta o encubiertamente a la República.  Regresó  de Francia en 1934, y quizá influenciado por Maurras, había desarrollado una tendencia monárquica autoritaria.  No ocultaba su desdén hacia el gobierno parlamentario y hacia el propio Gil Robles, a quien acusaba de haber debilitado la derecha.  Consideraba al ejército "la columna vertebral de la nación" y se le atribuía el sondear a ciertos diputados sobre la posibilidad de organizar un golpe militar.  Sobre su figura se centró la animosidad de la mayoría parlamentaria, que veía en sus palabras una invitación dirigida al estamento militar para lanzarlo al golpe de estado.  Casares Quiroga le acusaría en las Cortes de incitar a la rebelión con aquella célebre frase: "Si algo ocurriese (no ocurrirá), haría a Su Señoría responsable de todo".
Calvo Sotelo replicó diciendo que él era un hombre de anchas espaldas.  Un mes mas tarde, Calvo Sotelo caía asesinado.
Gil Robles se lamentaba de que muchos miembros de su partido, de la CEDA, a los que él había tratado de incluir para que aceptasen la legalidad republicana, desertaban ahora para enrolarse en organizaciones de carácter más extremista o violento.  En consecuencia, acusaba al gobierno de consentir una atmósfera de violencia y de ser incapaz de controlar el orden público.  Para demostrarlo, aducía estadísticas de los desmanes cometidos entre el 16 de febrero y el 16 de junio: se habían incendiado 176 iglesias; se había intentado quemar otras 251; en los choques callejeros se habían producido 269 muertos y 1.287 heridos; las huelgas generales habían sido 133 y las parciales, 218.
Estas denuncias exacerbaban al Frente Popular, que las tachaba de exageradas.  Era evidente que las izquierdas creían cada vez menos en las repetidas profesiones de fe de Gil Robles en el gobierno parlamentario.
Dentro del sector derechista, el grupo tradicionalista, preferentemente localizado en Navarra, consideraba ya inoperante la política legalista de Gil Robles y propugnaba la lucha armada como medio de restaurar la nueva España. En 1934, los requetés armados en Navarra podían estimarse en unos 6.000. Estos tradicionalistas, con sus diferentes matizaciones (el conde de Rodezno, mentor del pacifismo y la alianza con los alfonsinistas; Fal Conde, partidario de la violencia y antialfonsino...), se unirían, llegado el momento, a las fuerzas que habían de formar el movimiento nacionalista en la rebelión de julio.
Al mismo tiempo comenzaban a actuar las J.O.N.S. y la Falange, que también entrenaban a sus militares para una contienda civil, considerada ya inminente.
Gran parte de los militares no recibieron de buen grado el triunfo del Frente Popular.
La U.M.E. (Unión Militar Española) había sido fundada en 1933, y la mayoría de sus miembros no habían comulgado con las reformas militares de Azaña.  Sus dirigentes eran, en gran parte, simpatizantes de la monarquía.  Citaremos a las figuras más destacadas: Sanjurjo vivía entonces en Portugal; su prestigio y autoridad le convertían en uno de los jefes más destacados.  Emilio Mola había sido el último director general de Seguridad de la monarquía; hombre inteligente y liberal, no era sospechoso; Mola estaba en Marruecos, y fue destinado con gran oportunidad a Panplona, sede del carlismo y uno de los sitios donde una conspiración militar contaría con gran apoyo popular.  Franco era ya entonces un general con notable prestigio; si políticamente no se había definido, fuera se conocía su deseo hacia un régimen de orden, fuera o no republicano; su prudencia ante las solicitudes de levantarse contra la República había molestado a los activistas; sin embargo, pensaba que los socialistas constituían una amenaza al orden.  El gobierno -ya lo hemos visto- decidió trasladarlo a Canarias.  Goded, otra figura clave y con mando, también fue destinado a Baleares.  Antes del traslado, Franco, Varela y Mola se reunieron en Madrid.  De esta entrevista surgía Mola como elemento activo de la conspiración.  Hombre capaz y discreto, dirigiría desde Pamplona la estrategia de la sublevación.  Mola enlazaba con los monárquicos y con Sanjurjo merced a Valentín Galarza; por medio del teniente coronel Yagüe se comunicaba con los oficiales afines a la ideología falangista y potencialmente con el general Franco; a través de muchos oficiales jóvenes de la U.M.E., podía contra con el apoyo de muchas guarniciones locales.  El jefe de policía de Madrid, Santiago Martín Báguenas, le tenía al tanto de las actividades del gobierno y de los oficiales del Estado Mayor.  Raimundo García y Agustín Lizarza eran sus emisarios civiles entre los carlistas; éstos exigían organización por separado y que ondeara la bandera monárquica, a lo que Mola tenía que acceder en aras de la unión de todas las fuerzas implicadas. José Antonio, preso en Alicante, y los miembros de la U.M.E. ponían condiciones, pero participarían.  También Calvo Sotelo prestaba su apoyo, aportando dinero y procurando, en última instancia, conseguir la colaboración de Gil Robles.
A través de Villegas, Fanjul y un hermano de Mola llegaban noticias optimistas.  Como en el siglo anterior, el levantamiento de las provincias debía imponerse a las grandes capitales.  Ahora bien, si en Madrid y Barcelona fracasaba el movimiento, entonces Mola sería reemplazado por Franco, quien, con su bien adiestrado ejército de África, pasaría a convertirse en cabeza de la revuelta.
El 9 de julio los conspiradores alquilaron un avión británico que debía trasladar a Franco desde Canarias a Marruecos, donde se daría el grito y se iniciaría la revuelta.

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