11 ago 2012

DE FEBRERO A JULIO DE 1936 (III)

Prieto y Largo Caballero no habían resuelto aún sus problemas cuando estalló la Guerra Civil. Prieto era acusado de colaboracionista, de traidor y de usar prácticas "jesuíticas" para conservar su fuerza en el ejecutivo del Partido Socialista; al "Lenin español" se le acusaba de revolucionario infantil, de ambición personal y de dejarse adorar por las masas de la UGT.
Mientras tanto, los ejercicios paramilitares de los dos últimos años habían degenerado en constantes violencias callejeras.  Éstas no obedecían a ninguna lógica: se desataban ante el menor incidente.  Con una casi total libertad de prensa, la competencia resultante entre los periódicos causaba choques diarios.  Los vendedores de "Claridad" y "Mundo Obrero" sostenían auténticas batallas campales con los que pregonaban el "ABC" y "La Nación".  Los entierros de los muertos en aquellos choques daban lugar a enormes manifestaciones políticas de los distintos partidos, y a veces la lucha se reanudaba en el propio cementerio.
Veamos algunas cifras sobre la violencia política en España entre el 17 de febrero y el 17 de julio de 1936:

17-29 de febrero: 13 heridos y 58 muertos
Marzo: 53 heridos y 210 muertos
Abril: 52 heridos y 109 muertos
Mayo: 43 heridos y 124 muertos
Junio: 29 heridos y 11 muertos
1-17 de julio: 25 heridos y 25 muertos

Los socialistas, según lo pactado y haciendo una concesión a Largo Caballero, no intervinieron en el gobierno, cuyo jefe, Azaña, presentaba a las Cortes, el 4 de abril de 1936, su programa legislativo.  En él hizo un llamamiento a todas las fuerzas políticas para que se le permitiera llevar a cabo una revolución constructiva y desde arriba: reforma agraria, construcción de escuelas, mayor autonomía para los ayuntamientos, un Estatuto de Autonomía para el País Vasco, readmisión de todos los trabajadores despedidos por sus actividades políticas y sindicales... En este programa no cabía la socialización de la tierra, la banca o la industria.
Mientras Calvo Sotelo preguntaba en la Cámara si las masas socialistas y anarquistas permitirían a Azaña gobernar, una nueva situación apasionaba a las gentes.  Era notorio que el presidente de la República, Alcalá Zamora, no había contentado a nadie y era criticado por todos.  Llevada la cuestión al Parlamento, en un debate rápido y manejado por las izquierdas, se acusó al presidente de haber rebasado los límites que la Constitución le confería, al disolver la segunda Cámara republicana.  Alcalá Zamora fue depuesto por 238 votos contra cinco y una numerosa abstención de la derecha.  Quien había exigido la rápida salida de España de Alfonso XIII era ahora desposeído de la presidencia de la República y expulsado de su "Olimpo".  Lo importante de ese hecho es que la izquierda perdía su único presidente del Consejo posible.  ¿No suponía el ascenso de Azaña la eliminación de un hombre que posiblemente habría intentado la canalización del torrente revolucionario?
A muchos de sus partidarios, y aun a parte de sus no partidarios, les inquietaba el pensar que el lugar de Azaña no estuviera en la presidencia del Consejo de Ministros, dada su talla de integridad.  Pero la compleja personalidad de Azaña, a quien no debía desilusionar demasiado la acción ni el ejercicio del poder, desilusionó a quienes creían en él.
Cabía también pensar que Azaña, desde su nuevo puesto, republicanizaría con sus dotes y prestigio a las masas y que su figura sería el imán en torno al cual se uniría todo el Frente Popular.
Eran muchos los que pensaban que la inestable situación entraría por cauces más optimistas con la vieja coalición de "hombres fuertes": Azaña en la presidencia y Prieto en el Gobierno.  Esta solución presuponía que Largo Caballero renunciase a su papel de Lenin y no siguiera viendo en Azaña la representación de Kerensky.  Cabe mencionar aquí el destacado discurso que pronunció Prieto en Cuenca, en el que manifestó que la violencia no conduciría a la democracia, ni al socialismo, ni al comunismo, sino al fascismo y a la dictadura militar, y en el que añadió que España necesitaba un programa económico (reforma agraria, obras hidráulicas, industrialización...) en el que el capitalismo jugaría un gran papel.
Estas manifestaciones irritaron, cómo no, a Largo Caballero y a la mayoría de los miembros de los partidos obreros, quienes diagnosticaron que Prieto debía abandonar el PSOE voluntariamente para encajarse en cualquiera de los partidos republicanos.

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