29 jul 2012

MIGUEL PRIMO DE RIVERA: LA DICTADURA Y CATALUÑA

El problema regional no fue tratado por la Dictadura con amplitud.  En Cataluña se destruyó la Mancomunidad de 1912 y su obra.  La alianza con las clases dirigentes catalana y vasca se perdió rápidamente.  Pero como su patriotismo regional ya se había vuelto sospechoso, los "nacionalistas" fueron alimentados ahora por la oposición democrática.  La unidad moral española se vio más amenazada.
Sin duda alguna, Cataluña había sido para Primo de Rivera la principal plataforma de lanzamiento hacia el poder.  Hasta el 13 de septiembre de 1923, Primo de Rivera, capitán general, simpatizaba con todo lo catalán; amaba y respetaba su lengua, su bandera y sus costumbres; protegía al Somatén; era amigo de catalanes como Puig y Cadafalch, presidente de la Mancomunidad, y del marqués de Alella, alcalde de Barcelona.  Antes de marchar a Madrid, el general reiteró su respeto y simpatía por lo catalán y legó a decir: "Será para mí el mayor honor de mi vida dar satisfacción a los anhelos de este pueblo (el catalán), al que tanto debo".
Una vez asumido el poder, modificó su postura en un sentido restrictivo.  Esta rectificación de Primo de Rivera para con el regionalismo catalán está en la línea de su conciencia política, no dispuesta a tolerar la más mínima amenaza a la unidad de la nación.
La teoría política del dictador intentó demostrar en todo momento que la región, como unidad política, no era "real", ni social, ni histórica, sino simple invención de una minoría de intelectuales separatistas.
Las relaciones de la Dictadura con Cataluña son desfavorables para Primo, al no entrañar aspecto positivo alguno, y se ha llegado a decir que uno de los máximos errores del dictador fue su ruptura con la burguesía catalanista.  No están nada claras la rectificación y vacilaciones de Primo de Rivera para con Cataluña.  Sus mudanzas de criterio le hacían aparecer como mantenedor de un criterio descentralizador, a la vez que se comportaba con un sentido unitarista, reaccionando violentamente hasta el punto de querer acabar con el catalanismo.  Primo de Rivera debía saber que éste era un problema grave; por lo menos así lo escribía con lucidez y vehemencia un alto funcionario y testigo de la situación, Calvo Sotelo:

"Y mirando a Cataluña, se debe tomar en cuenta su estado espiritual, primeramente; y lo que significa su Mancomunidad después.  Sin exageración alguna, por desgracia, puede decirse que la situación de Cataluña es grave, gravísima.  No nos hagamos ilusiones... Mi preocupación no es mía solamente... es del propio Marqués de Magaz, sustituto interino de usted."

Como en otros muchos aspectos, Primo de Rivera entendía el regionalismo de una forma harto simplista.  Para él, Cataluña, dentro de la unidad nacional, presentaba algunas diversidades folklóricas: danzas, artesanía y algún que otro "atractivo turístico". Ni siquiera a la lengua catalana se le dio un respiro: el uso oficial de dicha lengua fue prohibido incluso en la iglesia, ignorando, de este modo, un hecho tan evidente como el que en la Feria del Libro de Barcelona de 1929 se vendieron 40.000 libros en catalán y sólo 5.000 en castellano.
La Mancomunidad y cualquier otro aspecto del catalanismo político fue desmantelado.  La burguesía catalana y los catalanes conservadores que habían apoyado a Primo de Rivera se dieron cuenta de que el dictador llegaba demasiado lejos.  Pero también, en sus complacencias, la gran burguesía catalana había perdido el control, y sus soluciones eran ya imposibles.   Los catalanistas se acercaron más al separatismo republicano de Maciá.

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