29 jul 2012

MIGUEL PRIMO DE RIVERA: LA DICTADURA Y LA ECONOMÍA (III)

También la muy favorecida oligarquía española montó un ingenioso "tinglado" de impuestos indirectos, del que resultaba que casi todas las cargas del Estado las soportaba el consumidor. Se señalan nada menos que el 47% de los gastos totales del Estado pagados por las clases pobres en impuestos indirectos.  En correspondencia, las grandes y medias fortunas eran intocables, y así vemos cómo los impuestos sobre la renta y la fortuna personal en el conjunto de los ingresos del Estado eran en España la mitad que en Estados Unidos o Inglaterra.
En los intentos del dictador por mejorar la industria, agricultura, comercio exterior, obras y servicios públicos se percibe la preocupación por aumentar la renta nacional española y por mejorar su distribución.  El problema vino cuando la Dictadura trató de implantar su política económica sin alterar, prácticamente, la estructura social española, con lo que aparecieron situaciones de tensión muy graves.
Los problemas financieros españoles eran algo crónico y con tendencia a empeorar a partir de 1917. La escasez de oro producía sus efectos negativos en el cambio y en el comercio; los impuestos indirectos beneficiaban cada vez más a la oligarquía, que de paso presionaba sobre la administración para ocultar los beneficios de las clases poderosas.  En 1923, el deficitario comercio exterior, el incremento de los gastos públicos (Marruecos) y la especulación agravaron la situación de la peseta, y la opinión pública, soliviantada, allanó la llegada de primo de Rivera.  Abundante dinero extranjero se dirigió a España en busca de colocación, lo que supuso una etapa de confianza.  Por lo demás, las ideas financieras de Primo de Rivera eran bien simples: quería que se gravase el capital.  Su ministro de Hacienda, Calvo Sotelo, puso en marcha un enderezamiento financiero, que terminó en el más rotundo fracaso.  Se propuso basar el presupuesto en un impuesto efectivo sobre la renta, que sería moderno, eficiente y socialmente justo.  Pero a esto se opusieron las clases poderosas, los conservadores y la aristocracia bancaria.  El combate fue enconado, ya que los "tiros" iban contra el gobierno mismo (no sólo contra Calvo Sotelo). El gobierno se veía impotente frente a estas presiones.  La realidad fue que el sistema de impuestos no se transformó, y los presupuestos, por debajo de falsas apariencias, arrojaban fuertes déficit.
Se partía del supuesto que los ingresos ordinarios aumentarían con una economía en expansión y que, por tanto, no serían necesarios fuertes impuestos para obtener dinero para la inversión y la obras públicas.
En este intento de sanear la deuda pública y reconstruir, modernizar y expandir la economía española, se crearon nuevos bancos paraestatales: el Banco Exterior de España (para liberar el comercio exterior), el Banco Hipotecario (para financiar la construcción de viviendas) y el Banco de Crédito Industrial (para financiar la nueva industria).
Con idénticas finalidades, unido a la acuciante necesidad de ingresos públicos y a un nacionalismo económico, se crearon los monopolios, como el de la CAMPSA, dispuesta a obtener para el Estado los beneficios conseguidos en España por la Standard Oil y la Shell y a convertir el refinado de petróleo en una industria nacional, a la vez que se nacionalizaba la distribución del petróleo y se confiscaban la instalaciones de las compañías petrolíferas. Esta situación creó una paradoja, muy repetida en otros momentos: la Unión Soviética tuvo que abastecer de petróleo a un país de régimen opuesto.  Una de las secuelas de todo esto fue que los capitales extranjeros no quisieron invertir y los intereses financieros españoles (como el mallorquín Juan March) se unieron a la oposición descontenta.
Las dificultades se iban acumulando; pese al proteccionismo y a las altas tarifas aduaneras, la balanza comercial española y la cotización de la peseta eran desfavorables; salían cada vez más divisas, hasta que la peseta terminó por hundirse totalmente.  El hundimiento de la peseta estaba patentizando el desmoronamiento del régimen.  Ya en marzo de 1927 la peseta alcanzaba el 93% de su valor nominal y, en 1928, el déficit era de 18,786 millones de pesetas.  Esto, unido a la voz de que nacionalizarían todas las compañías extranjeras de España, imitando el caso de la CAMPSA, provocó la retirada masiva de capitales, el pánico en la Bolsa y la devaluación exterior de la moneda.  Calvo Sotelo intentó revalorizar la peseta (en contra de Cambó, partidario de la devaluación, forma de que no huyeran los capitales, de que se financiara el comercio exterior y de que no se agotaran las reservas metálicas), pro con escaso éxito.  Calvo Sotelo abandonaba su ministerio.  La crisis del 29 había entrado en España.
Resumiendo: una crisis económica había traído la Dictadura y otra crisis económica le ponía fin.

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