18 jul 2012

LOS PROLETARIOS RURALES (III)

Aumento de oferta de trabajo, bajada de salarios y paro frecuente estaban atados entre sí, y nos llevan a decir algo del aumento del excedente de mano de obra agrícola.  La fuerte natalidad del sur, característica de sociedades subdesarrolladas, no se veía compensada con la también elevada mortalidad.  El aumento relativo de la población delsur es algo documentado en el siglo XX (el sur tenía 5,3 millones de habitantes en 1900 = 28,7% del total del país; en 1930 eran 7,1 millones= 30% de los 23,6 millones de españoles).  Esta masa se hubiera podido colocar en la industria, pero ésta estaba aletargada, con lo que la presión demográfica siguió aferrada a la tierra.  Cabía otra válvula de escape: emigrar.
Sin embargo, o porque la postración general del ser humano engendraba una renuncia pesimista a la esperanza de mejora en cualquier parte o porque el bracero del sur prefería combatir la injusticia de su situación antes de rehuirla, el hecho es que los andaluces y los extremeños jamás emigraron en un número importante.  Al no emigrar, su alternativa era luchar para mejorar sus condiciones de trabajo.
Ahora bien, esta lucha no presentaba horizontes fáciles, pues los dos partidos políticos "de turno" se repartían el poder y la corrupción invadía la vida política española.  Los caciques seguían amañando elecciones y controlando los votos y, por encima de cualquier otra consideración, los empleos de los hombres dependían de su voto.
El campesino era políticamente apático y sólo hubiera querido intervenir en los asuntos relacionados con su trabajo.  Sabía que sus votos eran empleados para unos conflictos políticos que no le iban ni le venían.  El campesino recelaba, con justa razón, de todos los elementos políticos, ya que durante todo el siglo XIX la política española progresista o conservadora, se había olvidado de las necesidades campesinas.  A excepción del programa de Pi y Margall, en 1873, los partidos progresistas burgueses, pese a buscar una coalición con los campesinos, estaban divorciados de ellos.  El único movimiento que denunció a los partidos burgueses e hizo que los campesinos recelasen del proceso electoral fue el anarquismo, muy arraigado en Andalucía y con enorme fuerza en muchos momentos.
Las masas rurales no lograron coaligarse con las clases medias urbanas ni supieron o pudieron conseguir mejoras básicas a través de los sindicatos y la huelga.
Teóricamente, una huelga de campesinos era catastrófica.  El jornalero durante la mayor parte del año carece de poder negociador, debido a la escasa demanda de mano de obra.  Pero durante la época de la recolección el poder de la huelga adquiere una fuerza terrorífica.  Una huelga prolongada en esta época puede causar al patrono la pérdida de la producción de todo un año, ya que la cosecha se pierde.  Si a los jornaleros se les suman los pastores, entonces el propietario pierde también todos sus animales, porque se extravían o se mueren.  Una huelga, pues, en época de recolección es más dramática que las huelgas producidas en una industria o en una mina, donde la reanudación de la actividad en cualquier momento devuelve todo a su sitio.
Prácticamente la amenaza era menos real, ya que los pastores tenían empleos permanentes y sólo se declaraban en huelga bajo coacción.  Por otra parte, la situación financiera de los jornaleros era desastrosa, y si hacían una huelga en época de recolección significaba que los ingresos para sobrevivir durante los largos meses del año desaparecían.  Una huelga durante la recolección no significaba pasar hambre unos días o unas pocas semanas, sino posiblemente todo el año.  Además, como en época de recolección venían jornaleros de diversos puntos que no estaban inscritos en los sindicatos locales, podían abortar la huelga con esta abundante mano de obra.  Para terminar: si lograban algunas concesiones de los patronos, éstas se olvidaban tan pronto como los braceros eran despedidos una vez hecha la recolección, con lo que la lucha tenía que ser reemprendida de nuevo.
Las realidades demográficas y económicas eran obstáculos casi insalvables para las organizaciones anarcosindicalistas y socialistas.  La influencia  política era insuficiente y las negociaciones colectivas eran despreciadas por los propietarios.  La suerte miserable de los jornaleros bajo el sistema latifundista aseguraba su protesta; su falta de poder para mejorar su condición a través de los cauces normales garantizaba que esta protesta adoptase formas violentas.

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