A simple vista, el siglo XX avanza en una coyuntura general de crecimiento en el número de hombres y en la cantidad de bienes disponibles, como hemos visto. Ahora bien, este progreso y esta modernización económica no afectan por igual al nivel de vida y a la población de cada uno de los grupos sociales que integran el pueblo español. Nos vamos a encontrar con una sociedad carente de afanes comunes, con unos grupos dislocados -sociedades subdesarrolladas- que evolucionan y reaccionan ante las transformaciones de maneras muy distintas.
En la incoherente sociedad española pervivían estructuras y actividades tradicionales, representadas por la rancia aristocracia. Los poderosos a la antigua usanza eran todavía un grupo dominante en muchas localidades españolas, que se aferraban a los usos y costumbres de la comunidad autosuficiente. Esta aristocracia era una realidad viva, reacia al progreso económico y al cambio social. Su conducta económica era la del cacique de aldea; se limitaba a no intervenir por encima de sus límites mínimos de consumo y a mantenerse en la pasividad medieval en que hasta entonces había sesteado. Sin embargo, gozaba de influencia social, ejerciendo un atractivo sobre otras clases sociales a las que imponía sus mitos y creencias. Políticamente iba perdiendo influencia y religiosamente seguía apoyando los valores católicos tradicionales.
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