27 jul 2012

LA PROTESTA REPUBLICANA (III)

Teniendo en cuenta que el lerrouxismo se constituye como fuerza político-social a lo largo de 1902, dedicaremos unos párrafos a este Lerroux, "emperador del Paralelo", como le llamarán en Barcelona sus adversarios.  Por supuesto, este Lerroux es muy distinto del que veremos en acción en acción durante la Segunda República.
Alejandro Lerroux nació en un pueblo cordobés en 1864.  Su padre era veterinario militar de baja graduación, acostumbrado a los traslados.  Tenía diez hijos, vivía con estrechez económica y era muy liberal.  Lerroux se educó con un tío cura y, como monaguillo y sacristán, perdió el respeto por los símbolos del culto sagrado.  Estudiante incorregible, en Madrid no pasó de segundo curso de bachillerato.  Rebelde en el ejército, en 1890 empezó su vida de periodista, actividad fundamental en su carrera política.  Encarcelado y emigrado, se destacó como polemista y orador.  El estilo es el hombre, y Lerroux se declaró romántico, espontáneo, sincero.  "Porque nos da la gana" es el título de un artículo, y un fragmento del mismo reza así:

"Gozad, hermanos míos, esclavos de las mentiras sociales.  Amaos sin tasa, con cinismo, ante las barbas de los hipócritas que reglamentan el honor y se acuestan con su criada; amaos aquí, en el bosque, o allá en la pradera, o acullá sobre los trigos sazonados. Dimitir de la vida, nunca.  Yo miso encenderé la antorcha de vuestro himeneo."

A los 36 años Lerroux se va a Barcelona, porque le llaman de allí.  Le hacen diputado a Cortes por dicha ciudad, y en el Parlamento debuta enfrentándose a Silvela.  Su ascensión en Barcelona es rápida.  Oficialmente sigue siendo federal y, a la sombra de Pi y Margall, los federales le siguen.  Sus fuerzas pasan de 6.000 en 1901 a 35.000 en 1903.  Lerroux, pese a su escasa formación, se da cuenta de que las doctrinas y los jefes de antes no daban más de sí, ni podían ofrecer nada a las masas.  Él, en cambio, demócrata y demagogo, proclama su fe en el pueblo que vive asalariado, sin pan suficiente ni bastante instrucción.  "El pueblo -dirá- hasta cuando se equivoca tiene razón".  No es muy complejo ("Hay hombres que trabajan y no comen, y hombres que comen y no trabajan") pero sí violento ("Donde otros tienen colgada una pila bendita, yo tengo colgado un fusil") y anticlerical ("El pueblo es esclavo de la Iglesia.  Hay que destruir a la Iglesia").  Demagogo a lo ibérico, viejo romántico, es apoyado por el gobierno central y sabe aprovechar la coyuntura social, ofreciendo a las masas odio de clase y violencia verbal:

"Jóvenes bárbaros de hoy, entrad a saco en la civilización decadente y miserable de este país sin ventura, destruid sus templos, acabad con sus dioses, alzad el velo de las novicias y elevadlas a la categoría de madres para virilizar la especie, penetrad en los registros de la propiedad y haced hogueras con sus papeles, para que el fuego purifique la infame organización social, entrad en los lugares humildes y levantad legiones de proletarios para que el mundo tiemble ante sus jueces despiertos.
Hay que hacerlo todo nuevo con los sillones empolvados, con las vigas humeantes de los viejos edificios derrumbados, pero antes necesitaremos la catapulta que abata los muros y el rodillo que nivele los solares...
Muchachos, haced saltar todo eso como podáis... Luchad, matad, morid..."

He aquí otro párrafo:

"Se rompe el dique y la inundación formidable lo arrastra todo, lo cubre todo, crece y se extiende y siembra el espanto, la desolación y la muerte...  La revolución necesita gente que aporte la experiencia de la teoría nueva, las osadías de la juventud irreflexiva, virginidad de adolescente, crueldad de niño... Después, las aguas recobran su nivel natural, se encauzan por su propia fuerza, y la tierra fecundada por el limo se ofrece otra vez virgen a la mano del hombre."



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