31 jul 2012

LA PROCLAMACIÓN DE LA SEGUNDA REPÚBLICA (I)

En teoría, las elecciones del 12 de abril de 1931 eran municipales, pero en realidad no eran unas elecciones administrativas, sino un plebiscito en el que el tema era éste: ¿Ha sido o no Don Alfonso XIII responsable y cómplice del golpe de Estado y de la violación de la Constitución? ¿Es o no Don Alfonso XIII un rey perjuro?
Las ciudades pequeñas y pueblos votaron por la monarquía y salieron mayoría de concejales monárquicos pero las grandes ciudades rechazaron a un rey "todavía aceptable para la opinión general".
Contra el optimismo monárquico que se respiraba la víspera del 12 de abril, el triunfo republicano en las ciudades fue aplastante; tan indiscutible, que hasta Guadalajara y Murcia, feudos clásicos de los monárquicos Romanones y La Cierva, el electorado se volcó del lado republicano.  Romanones confesó que todo estaba perdido.  Berenguer, como ministro de la Guerra, mandaba un telegrama al ejército reconociendo la derrota y aconsejando orden público.  La circular telegráfica terminaba así:

"Ello será garantía de que los destinos de la Patria han de seguir, sin trastornos que la dañen intensamente, el curso lógico que les impone la suprema voluntad nacional".

Los demás ministros aceptaron los hechos; sólo La Cierva propuso una abierta resistencia a dar paso a la República, aunque ello fuera a costa de una dictadura.  ¿Una dictadura sin contar con la lealtad general del ejército?
Sanjurjo, jefe de la Guardia Civil, no estaba dispuesto a ir entonces contra la voluntad nacional, y no podía sacar sus fuerzas contra el nuevo estado de cosas.  Siguió el desconcierto del lado monárquico durante todo el día 13.  El presidente del Consejo, almirante Aznar, se despachaba ante los periodistas: "¡Qué quieres ustedes que les diga de un país que se acuesta monárquico y se levanta republicano!"
Romanones, que dirigía los acontecimientos de las dos últimas jornadas por el lado monárquico, lo veía todo perdido y tenía que aconsejar al rey que llegara a un acuerdo con el Comité Revolucionario de Alcalá Zamora.  El rey, sin perder la calma, estaba de acuerdo con ello, aunque suponía que la monarquía de Alfonso XIII había pasado a la historia.  El otro camino implicaba el derramamiento de sangre, y el monarca estaba dispuesto a que no se vertiera ni una sola gota por su causa.
Por la tarde del día 13 se reunieron todos los ministros.  Hubo lamentaciones, impaciencia por verse libres de las responsabilidades que aún pesaban sobre ellos y acuerdo en que la monarquía era ya ilegítima.  Era necesario acabar cuanto antes con el trance y con la presencia del rey en Madrid.
Esa misma tarde hubo manifestaciones enarbolando la bandera tricolor republicana y entonando el himno de Riego.
Había que abordar con rapidez la única solución posible para evitar males mayores: la transmisión de poderes, cosa que el conde de Romanones captó claramente.

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