25 jul 2012

LA ESCISIÓN DE LOS PARTIDOS TRADICIONALES (I)

Canalejas había muerto; Maura no quería dialogar con los liberales, en parte porque éstos lo tenían vetado.  La unidad del partido conservador y del partido liberal amenazaba runa, y el sistema parlamentario hacía aguas por todas partes.
Llega la hora de Romanones y con él la liquidación de la Restauración.  Pabón le retrata en contraste con los otros directores liberales de la política de la Restauración: 

"... junto a la sabia, fácil y aplomada madurez de Sagasta, él era un principiante asustadizo; su oratoria distaba de la de Moret aproximadamente lo que su figura de la arrogancia corporal de don Segismundo".  

Decididamente, el Romanones cordialmente sincero, patriota e incluso sacrificado, es un ingenuo, un político con vocación y pasión por mandar.  Tiene frases antológicas: "La pasión por el mando se asemeja a la pasión sexual"; "Los obstáculos se salvan con rodeos"; "La astucia es un arma útil para defenderse del enemigo"; "Es preferible la desconfianza"; "Atraerse a la gente es condición primordial en los conductores de hombres";     "El arte de estrechar la mano en política es un precioso medio"; "Para conocer a fondo las miserias humanas nada más aleccionador que la vida política".
La política del "divide y vencerás" era de cortos vuelos.  No había pasado una semana de la muerte de Canalejas cuando el partido liberal estaba ya atomizado.  El propio Romanones confiesa la pobreza de su vida durante los diez meses en que fue presidente del Gobierno.  Para colmo, no consiguió cortar la ruptura definitiva; incluso dentro del partido liberal surgían los "prietistas", grupo "liberal-demócrata", bajo la jefatura de García Prieto.
Maura, descontento, seguía acusando a la Corona de Haberse dejado presionar por los liberales, quienes, formando un bloque con las izquierdas ajenas al régimen, habían asaltado el poder.  Para hacerlo más llamativo, don Antonio renunciaba a jefatura del partido conservador, e incluso a su acta de diputado.  Con estos modos daba a entender al rey su postura dilemática: revolución o contrarrevolución; o se oponía a las fuerzas del desorden o disolvía la disciplina política.  El rey obró constitucionalmente, como reconocieron todos, incluso el enemigo del régimen, el reformista Melquíades Álvarez.
Lo que acababa de hacer Maura era denunciar una vez más la ruptura de los partidos dinásticos (muy poco solidarios desde la crisis de 1909) y el de su propio partido conservador.  El político catalán Cambó definía la situación de aquellos momentos así: 

"La política española está monopolizada por dos partidos triturados, y sin que el uno ni el otro tengan a su frente un caudillo.  Ya no son partidos, son bandos.  Ya no son caudillos, son jefes de banda".

Maura era un tanto responsable de esta situación, según distintas opiniones de la época.  Una de ellas, la de Ortega y Gasset, queda así expresada en la "España Invertebrada":

"Don Antonio Maura, en medio de no pocos aciertos, cometió el gran error de pronunciarse.  Fue un "pronunciamiento" de levita.  Creyó que existía una masa de españoles, la más importante en número y calidad, apartada de la vida pública por asco hacia los usos políticos.  Presumió que esta "masa neutra", ardiendo en condiciones idénticas a las suyas, gustaba del rígido gesto autoritario, profesaba el más fervoroso y tradicional catolicismo y se deleitaba con la prosa churrigueresca de nuestro siglo XVII.  Bastaba con dar el "grito" para que aquel torso de España despertase a la vida pública.  A lo sumo, convenía hostigar su inveterada inercia haciendo obligatorio el sufragio.  ¿Y los demás, los que no coincidían de antemano con él? ¡Ah!  Ésos no existían.  En vez de atraerlos, persuadirlos o corregirlos, lo urgente era excluirlos, distanciarlos, eliminarlos, trazando una mágica línea entre los buenos y los malos.  De aquí el famoso "Nosotros somos nosotros".  En su época culminante, don Antonio Maura no ha hecho el menor ademán para convencer al que no estuviese ya convencido".


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