25 jul 2012

LA CRISIS DE 1917 (III)

Se puso en marcha el movimiento político.  Regionalistas, reformistas, radicales y socialistas reclamaron la convocatoria de Cortes en las que el gobierno no estaba seguro de tener la mayoría.  El gobierno decidió mantener cerrado el Parlamento.  Como réplica a esta actitud gubernamental, en Barcelona se celebró una reunión ilegal de 80 diputados de la oposición, quienes pidieron una Constituyente.  Esta Asamblea Nacional era una Convención revolucionaria, asentada en la capital de Cataluña. Dato la desafió declarándola sediciosa y fue disuelta por la policía.  Los inspiradores de la Asamblea habían sido Cambó, el jefe de la conservadora Lliga regionalista catalana y Melquíades Álvarez, director del partido reformista.  Cambó se puso en contacto con el juntero Márquez para que avalara este intento de regeneración nacional.
Maura, en su línea, se negó a colaborar con los junteros y con Cambó, regenerador del conservadurismo como el propio don Antonio. La decisión de Maura molestó incluso a los propios "mauristas", quienes veían en el asunto una revolución conservadora desde arriba.  el rehusar de Maura sería fatal para Cambó, ya que la revolución, por una parte, quedaría como un hecho muy catalán y, por otra, se vería en inferioridad para imponer su criterio a los aliados de izquierda, quienes querían ir mucho más lejos con la huelga revolucionaria.
Los empeños de Cambó y Melquíades Álvarez, con las alianza dudosas de Márquez, Marcelino Domingo y Lerroux, consistían en dar la batalla al sistema "de turno" y a los monopolizadores de la política española (las viejas oligarquías), a través de unas Cortes Constituyentes, cuya misión sería (y citamos a Aunós):

"reunir en un haz compacto las fuerzas revolucionarias del país para servirse de ellas a manera de ariete y lanzarlas contra la carcomida fortaleza de los partidos turnantes que acaparan el régimen.  Era una repetición, en el plano general español, de la abortada tentativa de la Solidaridad Catalana.  Cambó quería, ante todo, derribar el caduco sistema canovista para erigir después, sobre los escombros del partido liberal y del conservador, formaciones nuevas y vigorosas, henchidas de savia popular y capaces de emprender, bajo la égida de la monarquía, una transformación radical del Estado, a misma en que habían fracasado sucesivamente, o perecido en la demanda, Cánovas, Maura y Canalejas".

El rey trató de ganarse a Cambó ofreciéndole dos o tres carteras para la Lliga en un gobierno de concentración, pero Cambó estaba decidido a que Cataluña salvara a España o acabara con ella; y si los políticos se oponían, derrocaría el sistema al que siempre consideró una fragilidad artificial.
Cambó se vio pagado con el éxito dudoso de la Asamblea de Barcelona y el peligro de revolución social.  Claro que esperaba domar la tempestad, y hasta aseguró que estaba orillando la revolución social al llamar a un profundo cambio político.  La cosa más conservadora era ser revolucionario en aquellos momentos -tal cosa afirmó el propio Cambó (frase por la que la C.N.T. le denunció como asesino de la revolución.  Los conservadores le veían ya como político inocente, ya como girondino, dispuesto a apelar a unas fuerzas que destruirían a sus enemigos y a sí mismos.
A finales de julio, un movimiento social reemplazó a la agitación política.  Hubo huelgas en Valencia, Santiago y Bilbao.  El 13 de agosto la huelga fue general. Las dos sindicales obreras, U.G.T. y C.N.T., que acogían las reivindicaciones  de enormes masas de parados e inmigrantes, desesperados por el creciente coste de la vida, se lanzaron a la huelga revolucionaria en Andalucía, Galicia, Asturias, Vizcaya, Cataluña y Madrid.  El 15 de agosto la revolución alcanzaba el máximo y el 19 estaba ya liquidada.
La causa del fracaso hay que buscarla en la imposibilidad de una conjunción de clases, ya que la desconfianza entre unos y otros minaba toda posibilidad de colaboración y éxito.  A la burguesía y el proletariado les separaba un abismo, y, dentro del proletariado, anarquistas y socialistas se sentían más distantes que nunca.  Aquéllos culpaban a éstos del fracaso; éstos reprochaban a aquéllos su actuación desordenada.
Además, como ya hemos señalado al hablar de las juntas, los oficiales se pusieron del lado del orden establecido, y el propio Márquez se colocó al frente para acabar con la revolución en Barcelona.  Eduardo Dato y Sánchez Guerra, cabezas del gobierno, reaccionaron con energía.  el 15 de agosto las ametralladoras disparaban en el barrio madrileño de Cuatro Caminos; en Barcelona y en el norte se libraban verdaderas batallas.

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