22 jul 2012

EL TURNO CONSERVADOR: SILVELA, MAURA, VILLAVERDE (III)

Según los liberales, la "honradez" de Maura consistía en coartar la libertad, y lo que destruiría a la monarquía por no reconocer a los liberales como partido político y por despreciar a los enemigos de la izquierda (republicanos y socialistas).  Hay muchos ejemplos que muestran lo que entendía el jefe conservador por independencia y dignidad del poder político.  Maura se empeñó en nombrar obispo de Valencia al impopularísimo Nozaleda, y para ello estaba dispuesto a todo.  El debate duró muchos días, y la opinión pública se le echó encima. Pero Maura, jactancioso de buena fe, resultaba soberbio, y sintetizó su postura: "Tomará posesión aunque sea rodeado de bayonetas".  Romanones, comentado el caso, diría: "Nozaleda no tomó posesión de la sede valenciana. Contra los estados de opinión bien definidos de los pueblos regidos por instituciones liberales, es inútil luchar...".
En estas situaciones, Maura se ganaba las garantías de los "ultras" del partido conservador, pero los liberales no cedían un ápice, alegando que las libertades eran sagradas.  Por ello, los proyectos legislativos de Maura, aunque fueran presentados bajo la fórmula de "honesta ley", eran juzgados por los liberales como una violación, como un ataque a la civilización y un intento de africanizar a España.
Según los defensores de Maura, el partido conservador (que había absorbido elementos tradicionalmente ajenos a los partidos de turno y a numerosos ciudadanos antes indiferentes, por la autoridad personal, por la actitud crítica y por las promesas de rectificación y saneamiento de su jefe) se asemejó más a un ejército moderno que a una grey de pensadores medievales.  Y Maura, dirán, había introducido en la política española un "estilo" que intentaba conectar con lo oficial (Constitución, Parlamento, partidos, administración pública) con lo real (vida de España, opinión y conciencia públicas, aspiraciones e intereses generales, etc...).  Para Maura, la enfermedad de la política española era que el país estaba ausente en la vida pública y los partidos políticos permanecían aislados de la voluntad y del "liento saludable e ingenuo de todas las clases sociales".  Ésta es la idea motriz de Maura, repetida en numerosas ocasiones y de diversas manera: fe democrática, revolución desde arriba, conciencia ciudadana en la masa neutra del país.  La realidad, dirá hasta la saciedad, es ésta: "La inmensa mayoría del pueblo español está abstenida; no interviene para nada en la cosa pública.  Los partidos no existen; el gobierno no se comunica con el pueblo.  Éste es el viejo achaque del régimen.  Hay que atraer a esa masa que vive al margen de todo".
Pero Maura, al hablar del pueblo, se está refiriendo a una clase media inhibida de sus obligaciones y derechos, a la burguesía que había hecho la revolución liberal en Europa occidental.  Maura, como Cánovas o Sagasta, margina a ese otro pueblo, el numeroso proletariado.  Por ello, el espíritu democrático de Maura se basa en unas reales y auténticas limitaciones clasistas.

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