11 jul 2012

EL PARTIDO SOCIALISTA Y LA U.G.T. (IV)

El otro hecho que marcaría la impronta en este congreso del Partido Socialista era de carácter netamente político: el sufragio universal, votado por las Cortes a propuesta de Sagasta.  En este clima abrió sus sesiones el segundo congreso en Barcelona (agosto de 1890), que adoptó la decisión de aprovechar la nueva legislación para participar en las contiendas electorales.  A dar este paso ayudó el ejemplo de la social-democracia alemana, que había alcanzado millón y medio de votos.  La resolución aprobada hizo que "El Socialista" diese una definición del representante obrero (ante las urnas): "El obrero puede ser monárquico o republicano, y si es elegido como tal, no será candidato que represente a su clase... Sea obrero o n, será candidato declase, que deben votar los proletarios, todo aquel que aspire a emancipar a los asalariados de la tiranía capitalista, mediante la abolición del salario".
La entrada en el juego electoral, dominado como estaba, al igual que el resto de la vida del país, por el caciquismo y la oligarquía, hasta el extremo de que Joaquín costa resumió así el funcionamiento de los componentes del sistema: "Esos componentes exteriores son tres: primero los oligarcas (los llamados primates, prohombres o notables de cada bando, que forman su "plana mayor"); segundo, los caciques de primero, segundo o ulterior grado, diseminados por el territorio; tercero, el Gobernador Civil, que les sirve de órgano de comunicación y de instrumento"
Si de estas primeras elecciones no se obtuvo fruto alguno, sirvieron, en cambio, para estimular, cara al futuro, esta línea de conducta.  En las siguientes elecciones generales de 1893, el partido, aun no consiguiendo diputado alguno, vio cómo los votos obtenidos habían pasado de 3.876 en 1891 a 7.000 aproximadamente.  En las elecciones municipales de 1895 obtendrían ya tres actas en Bilbao, una en El Ferrol y otra en Mataró, éxito que, con la misma base geográfica, se repetiría en las elecciones de 1897.
Los progresos electorales del Partido Socialista, claros y evidentes, no dieron su fruto, gracias a la inteligente labor de los partidos liberal y conservador, que, pacientemente, iban anulando toda acta favorable a un socialista.
Una de las ponencias que dio lugar a una viva discusión fue el tema de la huelga, a la que no consideraban como instrumento válido para conquistar el poder.  Los siguientes congresos transcurrieron en la misma línea de participación: Valencia (1892), Madrid (1894) y en la misma localidad el quinto congreso en 1899.
Ante la necesidad de solucionar el aparentemente desfavorable problema y consciente de sus progresos reales (a partir de 1896 había conseguido más votos de los que aportaron sus propios afiliados), el Partido Socialista, siguiendo las líneas que en estos momentos imperaban en el socialismo europeo, dominado por Jaures y Katutsky, embarcados ya en una política reformista en defensa de ciertas formas de gobierno, por considerarlas más aptas para el desarrollo del Movimiento Obrero, abriría el pestillo de la puerta para la colaboración con los partidos burgueses, tomándose la siguiente determinación:

"El Congreso declara que el Partido Socialista deberá atender a la conservación de aquellas libertades políticas, sin que el acuerdo del Congreso de Barcelona, referente a la actitud con los partidos burgueses, que en su esencia queda subsistente, pueda ser obstáculo para que el partido preste su cooperación a otros partidos avanzados dentro del campo burgués, cuando los principios democráticos corran peligro de desaparecer o sean bastardeados en la práctica, debiendo adoptar aquellas actitudes y determinaciones que las circunstancias aconsejen."

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