9 jul 2012

EL MOVIMIENTO OBRERO EN ESPAÑA (I)

La situación española en la primera década del siglo XIX marca la diferente sincronización de nuestra evolución con el resto de Europa.  La historia del Movimiento Obrero en España, como en otros países de Occidente, queda perfectamente encuadrada entre esas "dos tomas de conciencia" de las que ya hablamos con anterioridad que, en relación al primer ciclo revolucionario de la época contemporánea, no son otra cosa que el paso de una ilusión fallida a un repudio decepcionado en cuanto posible cauce para el remedio de los males que acechaban a los trabajadores, así como una entrega en cuerpo y alma al nuevo credo internacionalista, traído a España precisamente por los adeptos a Bakunin, credo utópico, pero que a la larga provocaría una revisión de los fallos sociales de la democracia política.  Dicho de otra manera: es la toma de conciencia del obrerismo del siglo XIX.  Supone, en el más amplio sentido del término, un cambio de su situación de instrumento a la de sujeto.  La revolución de 1868, culminación de todo un ciclo revolucionario burgués, no pasó de ser la última prueba, al cabo de una serie de pruebas decepcionantes, para el elemento popular, embarcado hasta entonces, una y otra vez, en una nave política que no era la suya.
La extensión de las libertades y derechos inherentes a la revolución liberal no pasó de afectar a los "propietarios", quedando excluida, por tanto, la mayoría de la población.  Este "fallo" fue denunciado por la intelectualidad de la época.  Larra, en su artículo "Los barberos", atiza al pueblo para que recoja la "parte del pastel" que le es negada:

"Hombre del pueblo, la igualdad ante la ley existirá cuando tú y tus semejantes la conquistéis, cuando yo sea la verdadera sociedad y entre en mi composición el elemento popular; llamarme ahora sociedad y cuerpo, pero soy cuerpo truncado.  ¿Y no ves que no tengo sino cabeza, que es la nobleza, y brazos, que es la curia, y una espalda ceñida, que es mi fuerza militar?  Pero ¿no ves que me falta la base del cuerpo, que es el pueblo?  ¿No ves que ando sobre él en vez de andar con él?  ¿No ves que me falta el alma, que es la inteligencia del ser, y que sólo puede resultar del complemento y armonía de todo lo que tengo y de todo lo que me falta, cuando lo llegue a reunir todo?  ¿No ves que no soy la sociedad, sino un monstruo de la sociedad?  ¿Y de qué te quejas, pueblo? ¿No renuncias a tus derechos en el acto de no reclamarlos? ¿No lo autorizas todo sufriéndolo todo?  Si tú eres mis pies, ¿por qué no te colocas debajo de mí y me haces andar a tu placer, y no me das lugar a que ande malamente, con muletas?"

Hasta la revolución de 1868, el pueblo fue un instrumento en manos de una burguesía que oscilaba entre los dos grupos políticos predominantes: los progresistas y los moderados, según las necesidades del momento.  Los moderados tendrán como bandera la defensa del "orden" (su orden).  Realmente son la expresión de las clases poderosas que temen perder sus privilegios seemifeudales, admiten la doctrina constitucional del pacto entre Corona y Nación y son portadores de la política del orden, basada en el miedo a la Revolución Francesa y en su deseo de no realizar ningún cambio que pusiera en peligro sus bienes, privilegios y propiedades.
El partido progresista fue más importante, no por él mismo, sino por las facciones que le fueron desgajando de su ala izquierda y que llevarán a la creación de nuevos grupos políticos (los republicanos y los demócratas), que si en principio lograron una base popular, los acontecimientos les llevarían a alejarse de las masas trabajadoras.  Los progresistas, por su demagógico intento de atraerse al pueblo en su lucha por controlar el poder contra los moderados, fueron mucho más perjudiciales para la consolidación del Movimiento Obrero, ya que una vez obtenido éste reprimían con todo el vigor las aspiraciones populares, hechas suyas durante los períodos de permanencia en la oposición.  Así, durante un gobierno moderado, en 1854, la clase obrera consiguió la más firme garantía para su derecho de asociación.  Sin embargo, al año siguiente, y ya con un gobierno progresista en el poder (el de Espartero), las Cortes constituyentes aprobaron un proyecto de ley en el que se regulaban las relaciones entre obreros y patronos con unos criterios netamente regresivos.

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