1 jul 2012

EL DESASTRE DE 1898 (IV)

Weyler, exponente del ejército y de una opinión claramente belicista, asumió la "política de la guerra", destrozó a Maceo, metió en campos de concentración a los rebeldes y pensó que éste era el momento de hacer concesiones políticas.  Está claro que Weyler, como él mismo decía, no podía guerrear "con pastorales de obispos y dádivas de dulces y dinero".  Era un auténtico militar, pero nunca el bruto presentado por la propaganda americana.
La intervención americana se verá impulsada por una apasionada campaña de prensa y por obras de claro sentido imperialista, como las de Fiske y Mahan.  Los intereses económicos también juegan su papel, ya que la "American Sugar Refining Company" tenía fuertes intereses en Cuba y Puerto Rico, que la obligaban a presionar, sobre todo cuando el presidente Cleveland fue sustituido por el presidente Mackinley.  Son varias las gestiones oficiales y extraoficiales norteamericanas hechas al gobierno de Madrid.  Una de ellas, a modo de ejemplo:

"El ejército norteamericano intervendrá en la isla si España no accede a su voluntad por 300 millones de dólares; para facilitar la operación se ofrece además un millón de dólares para los eventuales negociadores españoles (febrero de 1898)".

Tan inaudita gestión diplomática fue rechazada de plano por el gobierno madrileño.
Al mes siguiente ocurrió ese turbio asunto: la voladura del acorazado "Maine", falazmente achacada por los técnicos norteamericanos a una mina española. Estados Unidos declara la guerra a España so pena que renunciara a su soberanía sobre Cuba en un plazo de tres días.  En descargo de unos políticos, no tanto del pueblo, debemos aclarar, como ha hecho ya algún historiador estadounidense, que esta guerra fue una manifestación de patriotismo e intervencionismo yanqui y de estrechamiento entre todos los estados norteamericanos, todavía no del todo soldados después de su Guerra de Secesión.  Por tanto, su intervención en Cuba, fue una "guerra popular, no una guerra de la Administración".  Ahora sabemos que la voladura del acorazado Maine fue una de las tantas artimañas de las que se sirve el gobierno norteamericano para justificar su política belicista, tal vez la primera de otras muchísimas a lo largo del siglo XX.
Sin detenernos en el interés que puedan tener los detalles bélicos, diremos que la armada norteamericana barrió a la escuadra española, mandada por el almirante Cervera, en el combate naval de Santiago, y que otra flota española, comandada por el almirante Montojo, fue aniquilada por la escuadra del comodoro Dewey en la bahía de Manila.  En las Filipinas la insurrección también se había generalizado, y era bien dirigida por Emilio Aguinaldo.  Tres datos significativos:en el combate de Santiago, los americanos sólo tuvieron una baja; en Manila, la escuadra americana, desde una distancia de dos kilómetros, destruyó a la armada española en una hora; el único barco español moderno que pudiera haber escapado de Santiago quedó sin carbón.
Santiago y Manila capitulaban.  En la última semana de julio de 1898, fuerzas americanas desembarcaban en Puerto Rico y ocupaban la isla.

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