1 jul 2012

EL DESASTRE DE 1898 (II)

La autonomía, aparte de conducir al separatismo, decían los unionistas, terminaría con su control de la vida local y amenazaría sus ingresos.  La colonia española de Cuba, desde los comerciantes al por mayor a los tenderos, temía que un autogobierno efectivo permitiera a los productores criollos abolir la unión arancelaria proteccionista con España, base de sus ganancias, y que ya había sido modificada para atender las peticiones cubanas.  La economía cubana, estática con anterioridad a 1884, vivía de la venta de azúcar y tabaco a los Estados Unidos, de forma que los intereses "españoles" eran contrarios al que los cubanos llamaban "su mercado natural".  Los productores cubanos alegaban que la verdadera solución para Cuba, irremediablemente colocada a merced de una guerra arancelaria americana, era el librecambismo.  Los comerciantes y economistas españoles aducían que Cuba debía convertirse en parte integrante de la economía metropolitana y que no tenía derecho a dejarse seducir por el lirismo librecambista, sin tener presentes los intereses de su metrópoli.
Los políticos españoles eran económicamente unionistas por fuerza, ya que si reducían los aranceles, Cuba sería una carga intolerable para España.  El problema básico era, pues, económico: una economía metropolitana pobre no podía abastecer al mercado colonial (como había ocurrido a principios de siglo con México, Venezuela, Perú, Argentina y otros países), y el control político se hizo intolerable para los colonos cuando se utilizó para impedir el suministro de productos baratos de otros países y se cortaron las relaciones comerciales "naturales y lógicas" entre las materias primas cubanas y las competitivas manufacturas estadounidenses.  Si a esto añadimos que ni aun con privilegios arancelarios los productos españoles eran competitivos, tendremos que concluir que la industria española debía estar muerta y acarreaba la muerte al esperanzador sistema de preferencia metropolitana.  todo esto tenía que galvanizar la actuación y los discursos de los políticos españoles en "pro" del unionismo.
En otro orden de cosas: si en Cuba se hubieran hecho unas pocas reformas a tiempo, la autonomía hubiera refrenado el problema del separatismo. Cuba y Puerto Rico habían llegado a un grado de desenvolvimiento que demandaba vida propia.  Mientras tanto, las Cortes españolas se esterilizaban en un vacío verbalismo; no se tenía en cuenta la situación real de aquellas tierras y no se les concedían las oportunas libertades.  El empecinamiento centralizador nunca podría ser la solución del problema, y lo único que hacía era facilitar pretextos y razones políticas legítimas a los separatistas..
Es cierto que los antedichos separatistas jamás se habrían conformado con las simples reformas; pero no lo es menos que éstas hubieran servido de remedio todavía en 1875, momento en que la burguesía era medio indiferente y se limitaba a pedir la autonomía.  Las reformas se aplicaron cuando el paciente había entrado ya en agonía y ya no había solución.  Estaba claro: por no atender a las reformas nació la independencia, y cuando se intentaron aplicar, éstas fueron repentinas y arrancadas de la marcha de los acontecimientos.
La mayoría de los políticos españoles eran cerrados asimilistas para quienes la autonomía era una "ignominia", ya que para ellos "autonomismo y separatismo eran la misma cosa" (cuántos errores de ésos se han cometido en España en las décadas posteriores).  Dicho de otro modo, para los políticos metropolitanos, un Parlamento cubano pasaría de las manos de los autonomistas a las de los separatistas.  Así pues, políticos y generales eran partidarios del "rigor saludable" y de que el honor del ejército exigía la rendición incondicional de los rebeldes.  Sólo "después" vendrían las reformas administrativas
La posición de los autonomistas cubanos fracasó porque no sacaban nada en claro en Madrid, pese a intentos aislados, como el de Maura de 1893, partidario de las reformas liberales, lo que le costó el epíteto de "antipatriota" y la separación de su ministerio de Ultramar.  En esta situación, los separatistas eran cada vez más fuertes.

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