1 jul 2012

EL DESASTRE DE 1898 (I)

Si admitimos que España, durante la Restauración, experimentó una recuperación económica y política, tendremos que calificarla de débil al compararla con el avance de las grandes potencias.  unos cuantos países (Estados Unidos, Francia, Inglaterra, Alemania, Rusia) se lanzan a una desaforada expansión imperialista y colonial.  Estos países disponen de una base industrial sólida, a la vez que monopolizan mercados en los que colocan sus productos industriales y adquieren las materias primas que requieren sus industrias.
España entra en esta época del imperialismo con una potencia naval débil y con unos recursos económicos y militares muy menguados.  Además, el hecho de contar con unas posesiones ultramarinas, adquiridas en épocas anteriores, hacía que las grandes potencias colonialistas apetecieran estas colonias colocadas en manos muy débiles.
España, escarmentada por una serie de derrotas y repliegues en los últimos siglos, era partidaria de un "recogimiento" internacional.  Era, pues, una potencia muy secundaria, que no podía aspirar a tener una alianzas razonables con las grandes potencias.  De ahí el sentimiento colectivo de repugnancia a todo compromiso político continental, a no intervenir en el reparto de África, a adoptar un rígido proteccionismo económico, al aislamiento diplomático... Dicho aislamiento era casi una necesidad.  Si quería salir de él, España tendría conflictos que la obligarían a responder a unas exigencias económicas que el país no podía sostener.  Si permanecía "recogida", "semiaislada", no contaría con una garantía internacional para mantener el dominio sobre Cuba, Puerto Rico, Filipinas, Carolinas, Marianas y Palaos.  El "98" se encargará de demostrar, con la derrota total a manos de Estados Unidos y la pérdida de los restos del Imperio colonial, la realidad de la situación.
Destaquemos, en primer lugar, el desastre cubano, pues en Cuba se concentraban intereses económicos y vínculos emocionales capaces de conmover la conciencia y la vida política de España.
Aunque en Cuba -"la colonia mas rica del mundo"- se habían dado una serie de insurrecciones desde la rebelión de Aponte de 1812, será en la primera guerra de la independencia cubana (1868-1878) cuando el problema de la separación se plantee de forma seria.  Esta guerra terminó con éxito para España (Paz de Zanjón), aunque no suponía un arreglo definitivo ni la estabilización de la postura metropolitana en el Caribe, ni mucho menos.
Cuba tenía sus diputados en el Parlamento de Madrid y estaba gobernada por un capitán general.  Las Cortes españolas se habían opuesto a un estatuto de autonomía pasa la isla de Cuba, defendido por los partidarios de la libertad cubana, dentro de la nacionalidad española.  El Partido Autonomista Cubano argumentaba que, de no aceptarse esta solución, ganarían más terreno las tendencias separatistas, al exigir una república totalmente independiente.
Sostenían, no sin razón, una postura autonomista los criollos ricos, entre otras cosas porque mediante la autonomía dentro de la soberanía española se salvaban a sí mismos.  Pero en la misma Cuba existía un "partido español" de unionistas, partidarios de la asimilación de Cuba a la soberanía española.  Eran éstos los burócratas, comerciantes, fabricantes, tenderos y artesanos (españoles e inmigrantes), quienes, para colmo, monopolizaban la administración local.  Los autonomistas no podían aguantar esta situación, aparte de no contar con ningún apoyo en la metrópoli.

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