28 jul 2012

EL AUGE DEL NACIONALISMO CATALÁN (y V)

El gobierno, que había reprimido con dureza los movimientos obreros, dejó las manos libres a Lerroux y a su partido para atacar a los industriales catalanes.  En 1903, el lerrouxismo, apoyado por el gobierno, derrotó a la Lliga.  Los industriales catalanes estaban pagando cara su actitud separatista. Otro aspecto fue que los radicales de Lerroux desataron la violencia, pagando como responsables de ella los dirigentes anarquistas.  Se puede deducir que el partido de Lerroux desempeñó el papel de provocador a sueldo y que, al propio tiempo, colaboró con el gobierno en su lucha contra el separatismo de los industriales.  Pero Lerroux quedó desautorizado en 1909 por su poco glorioso papel en la Semana Trágica.
Los industriales catalanes de la Lliga estaban amedrentados por los trágicos acontecimientos de 1909, y el pacto burgués de la Restauración volvió a tomar cuerpo; la burguesía, por otra parte, empezaba a perder confianza en sus políticos, que se muestran incapaces de protegerla eficazmente frente a la revolución proletaria.
En 1911, la Lliga aparecía nuevamente como el instrumento eficaz del catalanismo. El único éxito de importancia que se apuntaron fue la concesión de la Mancomunidad o unión de las cuatro Diputaciones Provinciales catalanas. Con Prat de la Riba de presidente llevarán a cabo una modernización y renacionalización de la vida cultural y material de Cataluña.  Pero la Mancomunidad estaba lejos de ser la autonomía.  El Gobierno, como máximo, concedería cierta descentralización, pero no una autonomía que, según afirmaba, "haría pedazos la nación" (vemos, pues, que el tópico de la "desmembración de España" viene de antiguo).  De aquí que Cambó necesitase buscar el apoyo revolucionario como forma de realizar su programa (1917) y su retirada posterior ante el peligro de una revolución social.  Comenzaba a resultar dificilísimo unir las reivindicaciones catalanas y los intereses españoles dentro de la "gran España" de Cambó.  Los magnates de la Lliga acusaban a los políticos castellanos de malograr su propia contribución a una economía nacional y afirmaban que el mercado español era el mejor argumento para evitar elseparatismo catalán.  A ello replicaban los "castellanos" que España, al proteger la industria catalana, pagaba la factura de la fidelidad de Cataluña y que sólo el interés económico acreditaba su lealtad.  O dicho de otra forma, y en una frase de don Miguel de Unamuno: "Cataluña estaba dispuesta a vender su alma por un arancel".
Puede asegurarse que, aunque la Lliga dominó la escena política catalana de 1916 a 1922, este catalanismo moderado estaba llamado a desaparecer porque no representaba a las masas de la región, y mucho menos a las clases obreras, parte de las cuales eran de otras regiones de la Península.
Al no lograr resultado alguno con su solución "dentro de España" y sin atacar la monarquía, los catalanistas alegaron que el aliado natural del catalanismo era el republicanismo, y que el conservadurismo de la Lliga constituía una rémora no compensada por su riqueza y fuerza organizativa.  En 1917, con el Movimiento Asambleísta se sumó por última vez a una alianza "revolucionaria", a fin de garantizar la autonomía catalana.  Cambó se comportó entonces como un político burgués, abandonó la coalición y permitió que algunos miembros de la Lliga entraran en el gobierno.  Más tarde, la violenta lucha social de Barcelona convenció a los prohombres de la Lliga de que el ejército y la policía del combatido Estado central ayudarían a frenar el sindicalismo revolucionario.
Ya desde 1909 el catalanismo reunió también la oposición de tipo democrático, así como al pequeño burgués; un catalanismo de izquierda iba a unir a los pequeños propietarios, "rabassaires", empleados, funcionarios e intelectuales modestos.  Se perfilaba, pues, un bloque regional contra Madrid.  Para estos nacionalistas catalanes, los "ricos" de la Lliga eran unos conservadores, partidarios de una táctica que arrojaba resultados estériles y que conducía hacia la negación permanente de los derechos de Cataluña.
El nuevo dirigente espiritual del nacionalismo catalán era Maciá, oficial del ejército, austero e idealista, que se opuso a la política realista de Cambó.  Rechazó todos y cada uno de los postulados de la Lliga y predicó el separatismo y el nacionalismo catalán.  Despreciando el monarquismo de la Lliga, acercó el catalanismo al republicanismo por medio de Acció Catlana (1922).
Ciertos políticos de la Lliga, no conformes con esa política, apoyaron o se echaron en brazos del golpe de estado militar de 1923.  Esto significó el suicidio político de la Lliga en 1931, porque no tuvo oportunidad de jugar ningún papel.  El catalanismo ya no era cosa de burgueses conservadores.  En 1931 triunfaría la creciente izquierda catalana.

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