28 jul 2012

EL AUGE DEL NACIONALISMO CATALÁN (III)

Sin duda, "la tierra, la raza y la lengua" designan claramente a Cataluña.  No obstante, la presión de estos hechos es discontinua.  Incluso la reconquista de la lengua sigue, más buen que precede, al entusiasmo político por la autonomía.  Es decir, que el verdadero problema no reside en estos hechos diferenciales (geografía, etnia, lengua, derecho, psicología o historia), sino en las razones por las cuales un medio dado, en un momento dado, ha recobrado la conciencia de ellos.  Estas razones son dobles: por una parte, la impotencia del Estado español; por otra, la disimilitud creciente entre la estructura social de la región catalana y la de la mayoría del resto de la nación.
¿Impotencia del Estado español?  Pensemos que desde Carlos III no cuenta con ningún éxito en su activo y que no ha hecho un esfuerzo eficaz por difundir el mito de la comunidad -en particular ningún esfuerzo escolar de gran envergadura.
¿Disimilitud entre las estructuras?  En Cataluña existen una burguesía activa y toda suerte de capas medias acomodadas, que cultivan el trabajo, el ahorro y el esfuerzo individuales, interesadas por el proteccionismo, la libertad política y la extensión del poder de compra.  En el resto de España dominan los viejos modos de vida: el campesino cultiva para vivir y no para vender; el propietario no busca acumular ni invertir; el hidalgo, para no desmerecer, busca su quehacer en el ejército o en la Iglesia, y el burgués madrileño, en la política o en la administración; los conservadores condenan la libertad política, y los liberales el proteccionismo.  Dos estructuras, dos psicologías que, polemizando, se vuelven más virulentas una contra otra.
Las polémicas nacen a cada discusión fiscal o aduanera.  Mítines, prensa, discursos parlamentarios, memorias al gobierno actúan en Cataluña y unen el orgullo regional de los intelectuales a los argumentos de los economistas y al descontento popular.  Casi siempre esta agitación consigue apuntarse un triunfo, y la solidaridad regional se acrecienta.  En las regiones no industriales se declara, a su vez, un ataque general contra el viajante catalán "explotador", "organizador de la vida cara", con todos los sarcasmos que la psicología precapitalista sabe reservar al hombre de dinero. Así se forman dos imágenes: el castellano sólo ve en el catalán adustez, sed de ganancias y falta de grandeza; el catalán sólo ve en el castellano pereza y orgullo.
Un doble complejo de inferioridad -política en el catalán, económica en el castellano- llega a producir desconfianzas invencibles para las que la lengua es un signo y el pasado un arsenal de argumentos.

Así pues, del regionalismo intelectual se pasó al autonomismo y la nacionalidad.  Barcelona desplegó su potencialidad económica, su inquietud social y su dinamismo, lo que la hizo sentirse incompatible con la administración y el parlamentarismo madrileños.  La Unión Catalanista aumentó su audiencia tras el desastre del 98 y la pérdida de los mercados coloniales.  La Lliga es la fuerza cohesiva del movimiento regionalista.  Fundada en 1901, muchos de sus elementos ya habían estado representados por Polavieja y Durán y Bas en el gobierno de Silvela (1899).  Victoriosa en las elecciones catalanas frente a Lerroux, la Lliga se perfila como instrumento de choque de la burguesía y las clases neutras barcelonesas contra el caciquismo.  Se convierte en pujante partido gracias a la obra de dos políticos: Enrique Prat de la Riba y Francisco Cambó.  Prat fue el teórico máximo del nacionalismo histórico catalán (la Nacionalitat Catalana, 1906); pero su ideal no era disgregador.  Por el contrario, quería una "España grande", basada en el reconocimiento de las realidades históricas y geográficas del país.  Esta prudente y positiva concepción -la del catalanismo cultural y la del regionalismo político como fuerzas de enderezamiento de España- permitió que su doctrina fuese compartida por los más heterogéneos grupos socialistas.  Prat, presidente de la Diputación Provincial de Barcelona, modernizó la economía, los servicios públicos y la cultura catalana.  En 1907 creó el Institut d'Estudis Catalans, que, con la madrileña Junta de Ampliación de Estudios, iban a ser hasta 1936 los mayores exponentes de la erudicción hispánica en el extranjero.  Logró Prat la Mancomundad: unión de las cuatro Diputaciones Provinciales catalanas para asuntos comunes (considerada paso previo hacia la autonomía).
Cambó era el representante de la Lliga ante la política nacional de Madrid.  Capacitado, millonario y estadista nato, era un pragmático enérgico que deseaba llevar a la práctica el programa de autonomía regional.  La Lliga se convirtió en un grupo de presión con dinero y bien organizado; aparte de saber dirigir la propaganda, organizó la vida cultural de Cataluña fundando institutos, cátedras y bibliotecas dedicadas a la lengua catalana.  Los hombres de la Lliga son prácticos porque creen que el poder efectivo reside en los gobiernos, y no en los ideales.  Su objetivo, por tanto, fue negociar para arrancar concesiones prácticas de Madrid.  Pero no consiguieron casi nada.

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