28 jul 2012

EL AUGE DEL NACIONALISMO CATALÁN (I)

Centralización o autonomía: he aquí un viejo problema peninsular, resucitado por el regionalismo decimonónico, y que en el fondo revela la existencia de dos mentalidades.  De una parte, la capacidad de entrega a una idea abstracta, propia de la España castellana; de otra, la tradición de autogobierno y el espíritu pactista y negociador propios de determinadas regiones de la periferia peninsular, a las cuales se añade la incitación al particularismo que comporta toda situación de superioridad económica.
Los nacionalismos (o regionalismos, en este caso) se caracterizarán por ser movimientos de fuerte raigambre romántica y de carácter fundamentalmente burgués, aunque, por supuesto, no se reduzcan exclusivamente a la burguesía.
El catalanismo crea un movimiento cuyo objetivo es la transformación política y económica de España en el sentido capitalista (la realización de la revolución burguesa).
Hasta 1898 el catalanismo es un credo minoritario y permanece prácticamente dormido.  Sólo a partir de esta fecha se convierte en vehículo de una protesta generalizada.  La economía, la raza, la cultura, la tradición... harán de Cataluña una entidad distinta que precisaba de un trato especial.  Hablar de "Historia de las Españas" es una manera de reconocer estas particularidades regionales en un país en el que, desafortunadamente, se ha confundido el concepto "pueblos" con el de "naciones" demasiado a menudo.
Sería de interés que el lector vuelva atrás y repase los textos en los que nos hemos referido a los orígenes económicos, lingüísticos y culturales del catalanismo.  No obstante, vamos a aludir a ellos de nuevo por razones expositivas.
Durante el siglo XIX no se tomaron en serio las protestas y los agravios que denunciaban algunas clasess catalanas.  Madrid lo consideraba como algo sin interés y, a lo sumo, como cosa de intelectuales y de un resurgir lingüístico.  Pero a comienzos del siglo XX ya no pudo ignorarse la existencia de un catalanismo, que era una realidad y que habría de configurar la política española durante varias décadas.
Por más que no hubiese una fuerza que reaccionara unánimemente, hubo un complejo de intereses y emociones que afloraron en todas las grandes crisis políticas desde 1820, complejo que una generación anterior describía con la expresión anodina de "hecho diferencial de Cataluña".  Su manifestación más clara fue la campaña ininterrumpida en favor de la industria local.
Está comprobado que los grupos industriales catalanes participaron en la política de la Restauración, sin duda para defender sus intereses amenazados por las primeras manifestaciones obreras. Esta reacción defensiva, esta necesidad de orden, les lleva a pactar con elementos restauradores durante el último cuarto del siglo XIX. Además, los industriales catalanes son proteccionistas, y se sentirán agitados cuando triunfe el librecambismo doctrinario de Figuerola (1869).  Las clases catalanas lucharán para que se restablezca la protección a la industria.  Decían que el libre comercio traería la desmoralización y el paro entre los obreros, que el librecambio era una de las ramas del árbol del mal del racionalismo liberal, y otras muchas cosas.  Con este fin se crea el Fomento del Trabajo Nacional, que consigue la implantación del proteccionismo en 1891 (año en que Cánovas abandona el librecambismo) y lo defenderá con todas sus fuerzas en los años siguientes.  En 1906 los proteccionistas triunfaron de nuevo con un arancel que, incluso a los propios catalanes, les pareció "poco menos que perfecto".
Esta larga lucha había creado en el resto de España la imagen de una Cataluña egoísta e interesada, decidida a salirse con la suya aun a expensas de cualquier interés español. Para los catalanes, el "menosprecio" convirtió la defensa de un interés en la conciencia de una comunicad catalana, vinculada por los procesos fortuitos de la historia y condenada a la calculada indiferencia del Estado "castellano", como gustaban de llamar los catalanes al gobierno nacional de España. Esta creencia en la hegemonía forastera y egoísta de "Castilla", ejercida a costa de la vitalidad catalana, era y es una de las raíces psicológicas del catalanismo; para los catalanes había en las actitudes castellanas un elemento de desprecio puro que producía en Cataluña un sentimiento de virtud ultrajada.
Durante esta primera etapa de la Restauración, el catalanismo está un tanto dormido, pese a exigir una política económica más coherente y más proteccionista.  La pérdida de las colonias, especialmente Cuba, supuso un golpe económico para las industrias catalanas.  Sus intereses en las islas y sus exportaciones privilegiadas les permitieron hacer frente en la Península a la competencia inglesa, favorecida por los primeros años librecambistas.  En la marea de pesimismo y de crítica que el desastre provoca, los industriales catalanes participan culpando al gobierno central de Madrid de inoperancia y de ser responsable directo de la situación.  Si a esto sumamos las nuevas medidas del presupuesto estabilizador de Villaverde, con las que los conservadores tratan de hacer frente al quebranto ocasionado por la guerra, y añadimos que en el campo catalán surge el problema de la filoxera, enfrentando a propietarios y a arrendatarios, tendremos que se están creando las condiciones para que el catalanismo se concrete en una política burguesa y nazca un partido catalanista: la Lliga.

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