Se suelen señalar como factores de transformación social de la España de mediados del siglo XIX la constante presión demográfica, la movilización de la propiedad campesina, consecuencia de la desamortización; unos comienzos progresivos de la industrialización, con su consiguiente demanda de mano de obra y los estímulos industriales y financieros.
Al fin y al cabo este proceso representa una serie de modificaciones acompañadas de un severo retraso social. En este período se modelan los perfiles de una España que nos resulta familiar: la España burguesa de las grandes diferencias; de las luchas campesinas por la conquista de la tierra; de los violentos conflictos sociales; de la burguesía más dispuesta al enriquecimiento rápido de la especulación que al trabajo de empresa económicamente fundamental; de los grandes intereses latifundistas inmovilizadores; de la Iglesia añoradora de la grandeza de una cristiandad todopoderosa; de una minoría intelectual utópicamente izquierdista; de la pequeña burguesía resentida y sin horizonte.
Los presupuestos técnicos y mentales no habían variado desde hacía siglos. Los síntomas de cambio experimentados en la época de la Ilustración sólo afectan a una minoría. No pudo darse una revolución burguesa porque no existía una burguesía, ya que casi todo el país seguía anclado en unas estructuras sociales absolutamente bajomedievales.
A lo largo del siglo XIX se percibirá un relativo progreso de la mentalidad burguesa, determinado por el vapor, la fábrica textil, la siderurgia, la hulla, el mineral de hierro y la construcción de ferrocarriles. El impacto del maquinismo abrió grietas en la pasividad medieval española, pero su descarga no fue lo suficientemente transformadora de la diversidad de niveles económicos, sociales y políticos a que dio lugar, pues no dejaba la burguesía de ser periférica al fin y al cabo. La burguesía castellana, beneficiada por la desamortización; la agraria persistía en su estatus de rancia aristocracia; abogados, técnicos estatales y militares seguían a lo mismo. La Iglesia estaba más preocupada de rescatar a las clases dirigentes que de seguir adelante en cultivar y servir al mundo explotado del campo y las ciudades. Por fin, los obreros industriales (que pagarán los cascos rotos delas relaciones entre capital y trabajo) y campesinos (defraudados que luchan o sestean ante la situación de la propiedad agraria) lanzados a la miseria y, en lógica y natural reacción, a la violencia.
Las crisis económicas y estas articulaciones sociales entrarán en choques conflictivos durante los siglos XIX y XX. La cruda realidad es que a mediados del siglo XIX, como a principios del XVI, del 1 al 3% de la población española, llamárase duque, general o burgués, propietario 9o funcionario, dominaba al 99-97% restante, a través del voto popular o del ejercicio del poder.
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