Nada más llegar Amadeo a España, los federales iniciaron la explotación de la xenofobia hacia un rey extranjero. Le llamaban "marioneta inglesa", y Castelar, llevado de su españolismo, llamaba a los Saboyas alabarderos, maceros, pobres, oscuros, hambrientos: "Los duques de Saboya seguían hambrientos el carro de Carlos V y el de Felipe II...".
También los federales, como parte de un movimiento ideológico internacional, vieron deslumbradas sus esperanzas de contar en Francia con una república federal amistosa, después de la supresión de la Comuna de París.
Pi y Margall, perdida la esperanza de apoyo francés, era partidario de simultanear la propaganda con la actividad parlamentaria para explotar las escisiones de los monárquicos de cualqueir signo y acelerar la venida de la república. Esta alternativa suponía la no transformación del republicanismo en un partido de masas, abandonar la tradición revolucionaria y ganarse la enemistad de los extremistas de base popular.
La campaña electoral republicana de marzo de 1871 fue muy vaga y sobre todo un electorado presionado por el gobierno, carente de interés o inexistente. Sólo consiguieron 48 escaños (350.000 votantes) y el hecho de aliarse con los carlistas y alfonsinos sólo era síntoma de debilidad.
Esta táctica no podía traer una política pacífica dentro del partido y dentro del directorio republicano. Pi, Castelar y Orense hubieron de hacer concesiones a los extremistas Pruneda, Salvoechea y Barcia. No había, pues, entidad homogénea n en el directorio ni en la asamblea. Hasta en las mismas Cortes la minoría republicana se escindió al tratar de condenar o no a los comuneros de las calles de París. Los sucesos de París dividieron totalmente a los republicanos. La solidaridad republicana internacional recibía otro golpe de su principal portavoz, Mazzini, al condenar a la Comuna, al federalismo y al socialismo. El propio Thiers, que no creía en el republicanismo español, tranquilizaba al gobierno de España enviando a un embajador antirrepublicano. El mito del republicanismo federal internacional quedaba así roto.
Castelar se mostró dispuesto, "benevolente", hacia un partido monárquico, reconociendo así, quizá por consejo de Gambetta, el hundimiento del federalismo francés. Se dijo que esta benevolencia era pura táctica para apresurar la desintegración de la monarquía. Pero a las provincias y a los "intransigentes" les sonó a "camelo" y rechazaron cualquier tipo de entendimiento con los partidos monárquicos y reclamaban una revolución armada. Pero estos revolucionarios oportunistas no procedían de la clase trabajadora y nunca fueron aceptados por los obreros internacionalistas. Estos "intransigentes" de la capital o de las provincias no eran un partido, sino una actitud mental deseosa de distribuirse cargos y manejar los asuntos locales.
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