20 jun 2012

OSTENDE Y EL ADVENIMIENTO DE LA REVOLUCIÓN GLORIOSA

Fracasados los pronunciamientos de junio de 1865 (Valencia) y de enero de 1866 (Villarejo), Prim planeaba el levantamiento para el verano de 1866, contando con la adhesión de guarniciones, apoyo popular de los demócratas y de los quejosos sargentos del cuartel de artillería de San Gil, de Madrid.  Dilación, indecisión y disensiones hicieron fracasar la revuelta.  La represión del movimiento fue cruel; fueron fusilados 66 sargentos, cabos y soldados de artillería, aparte de un centenar de muertos y más de 500 heridos en la refriega, en la que también habían tomado parte los demócratas.  Los periódicos demócratas fueron suspendidos y los jefes condenados a muerte.  Progresistas y demócratas salían a Portugal, Francia, Bélgica y Suiza, con la consiguiente dispersión y división.
En el destierro de Paris, un grupo de demócratas (Orense, García López, Garrido, Castelar, etc...) abrazó los principios republicanos federales de Pi y Margall.  Los demócratas, al comprometerse con el republicanismo, arriesgaban la ocasión de ganar la adhesión de Prim al principio de sufragio universal.
En la reunión de Ostende, convocada por Prim, se había llegado a un acuerdo entre progresistas y demócratas para destruir el régimen existente en España y establecer una asamblea constituyente que fuera elegida por sufragio universal directo.  Pero esta alianza era precaria, porque Olózaga no estaba muy conforme con la jefatura de Prim y los demócratas habían estado representados por Becerra y no por personalidades: Orense, Castelar y Pi y Margall.
Demócratas y progresistas aceptaron una solución de compromiso, en la que acordaron dejar la forma de gobierno a un referéndum popular.  Pero cuando los generales de la Unión Liberal, Serrano, Dulce, Zabala, Córdoba y Echagüe se decidieron a conspirar, Prim se deshizo un tanto de los demócratas y pensó en un pronunciamiento tradicional a base de oficiales que no pensaran en la alianza democrática.  Prim, pues, contaba con el ejército y con la flota del almirante Topete, en Cádiz.
Ante el retraimiento de los progresistas, los gobiernos de Madrid intentaron reconstruir el sistema bipartidista.  Miraflores prometió unas elecciones sinceras; Narváez amenazó con ser "más liberal que Riego", pero nada pudo sin el apoyo de O'Donnell y con la ayuda del reaccionario conservadurismo de Cándido Nocedal.  O'Donnell volvió al poder en junio de 1865 "cantando el himno de Riego", ofreciendo cargos a los progresistas, prometiendo elecciones libres, rehabilitando a los catedráticos represaliados, la ley de prensa liberal, ampliando el censo electoral y reconociendo a la "atea" Italia.  Los progresistas, impulsados por sus masas, siguieron en su retraimiento.  Todos estos intentos por ganarse a los progresistas y contener a la izquierda significaban dos cosas: que la burguesía liberal, rica, tranquila, tenía mucho miedo, y que la revolución era inevitable.
Después de 1866 volvieron los gobiernos de Narváez y González Bravo, sin Cortes y como dictadores.  La revolución era ya un hecho.  En 1868 el gobierno sólo contaba con los moderados puros.
Prim contaba con los generales de la Unión Liberal, de los que nada esencial les separaba.  A los dirigentes progresistas no les gustaba el nuevo cariz que tomaban los acontecimientos: Olózaga creía que los unionistas eran necesarios, pero deseaba ver un levantamiento popular lo bastante fuerte para mantener a raya a los generales.  Los demócratas quedaron excluidos porque ya no eran útiles: debían ser los asociados mudos de una revolución de generales.  ¿Entraba la revolución en una fase conservadora?  Así lo creían los demócratas, para quienes la revolución había sido traicionada, y, por tanto, en el verano de 1869 intentaron de nuevo la revolución.
El 18 de septiembre de 1868 Prim y el almirante Topete se pronunciaron en Cádiz.  Poco después, con un ejército en el que ya estaban los generales unionistas, marchaban a Córdoba.  El ejército real fue derrotado en Alcolea el 28 de septiembre, y Concha, el presidente del Consejo de Ministros, abandonado por Isabel II, pidió a unionistas y progresistas que se hicieran cargo del poder.  El pueblo de San Sebastián no se opuso a que la reina tomara el tren para el exilio, huida que fue muy bien acogida en las provincias.

VISITA AHORA MI WEB PERSONAL

No hay comentarios: