La España de la Restauración es una España fundamentalmente campesina. Aún en 1900, el 70% de la población seguía viviendo de y para la agricultura. El comienzo de la Restauración en 1876 señala un punto de llegada y otro de partida. La fecha citada es el resumen a que había llegado la movilidad de la estructura agraria campesina de todo el siglo XIX y, por otra parte, es el arranque de la perspectiva agraria actual, la cual sólo ha conocido alguna variación en los últimos 30 años. La estructura de la propiedad agraria de finales del siglo XX deriva del colosal trasiego de fincas que tuvo lugar entre 1833 y 1876 a consecuencia de las desamortizaciones municipal y eclesiástica y de la desvinculación de los mayorazgos. En otro lugar ya hemos hablado del resultado de las desamortizaciones como relevo de oligarquías, produciendo un latifundismo aún más concentrado y reduciendo a los campesinos a una situación cada vez más dramática.
Detengámonos un momento a analizar esta peculiar estructura de la propiedad rural, con sus dos exponentes significativos del latifundismo y el minifundismo, en conflictiva convivencia. He aquí el panorama que ofrece el campo español en la época de la Restauración.
Andalucía, Extremadura, Salamanca, Toledo, Ciudad Real, Murcia y Albacete son las tierras típicamente latifundistas dedicadas al cereal, al olivo o a nada. Al lado de estos escasos, pero inmensos propietarios, existe un proletariado rural amontonado y semidesfallecido de hambre. Tierras de reconquista, de rebaños y alcaides de la Mesta, de órdenes militares y grandes nobles. Buena parte de las mismas fue a parar a manos de la alta aristocracia, mientras que la burguesía, especialmente la financiera, daba otro gran mordisco a las antiguas posesiones de la Iglesia, del común o de los hidalgos arruinados. De esta manera se redondearon patrimonios y se ensancharon hasta límites oprobiosos, mientras aumentaba el número de braceros y crecía el desasosiego entre el campesinado. No era extraño que en estas circunstancias, los braceros andaluces (que constituían ya un polvorín) formaran una primitiva clase revolucionaria y que el hambre, los disturbios y las crisis sociales tuvieran un campo abonado.
A finales del XIX, en la España central y meridional había unos cuantos propietarios que poseían 12.488 finas cuya extensión (promedio de 600 hectáreas por unidad) era mayor que la de los casi diez millones de minifundios (0,6 hectáreas de promedio por unidad). O, lo que es lo mismo, el 0,1% de grandes propietarios se repartían más tierras que el 96% de los pequeños.
A comienzos del siglo XX se podían localizar 74 fincas de 5.000 hectáreas (equivalente a 5.000 campos de fútbol cada uno). Además, había 13.000 fincas de 250 hectáreas (2,5 km cuadrados cada una).
Las tierras de Castilla León, Madrid, Guadalajara, Cuenca, Zaragoza y Teruel cuentan con múltiples variantes, aunque predomina la media propiedad y el arriendo a corto plazo. Son zonas de trigo, centeno, cebada, ganado menor, legumbres y algunas huertas. La pluviometría es desigual y escasa; el suelo, poco favorable; el paisaje, árido, con monocultivos localizados y villas paralizadas. En esta zona no se darán rebeliones sociales, precisamente porque el modo de vida está muy poco por encima del nivel mínimo de subsistencia.
La fachada mediterránea levantina goza de una propiedad hasta cierto punto racionalmente repartida. En Cataluña, el "censo" y la "rabassa morta" son instituciones que impiden la aparición del fenómeno revolucionario. El campesino se queda con buena parte del usufructo de la propiedad y se fomenta el equilibrio entre terratenientes y trabajadores. Los "rabassaires" son campesinos a los que el dueño cede la tierra a condición de que planten cepas de vid, y el arrendamiento dura el tiempo de la vid plantada. Las huertas y naranjales valencianos y murcianos son fincas de propiedad media de tipo familiar.
Las provincias cántabras responden a la España húmeda y a un paisaje poblado de prados, maíz, patatas y frutales. Podríamos dividirlas en zonas sanas y zonas enfermas. En las primeras preponderan los propietarios medios y los arrendatarios a largo plazo, y en las segundas -sitas casi todas en Galicia-, el minifundio, el foro y el subforo hunden en la miseria u obligan a emigrar al labriego gallego. La parcelación llega extremos de que una superficie de 117 hectáreas puede llegar a estar repartida entre 263 propietarios y dividida en 2.486 parcelas.
La concentración capitalista se hizo con la mayoría de los bienes rústicos, bien comprando o bien prestando usurariamente a los pequeños propietarios. Por otra parte, se permitió la segregación de la propiedad en otras zonas, lo que ocasionó una legión de minifundistas.
Para saber más puedes leer HISTORIA CONTEMPORÁNEA DE LAS ESPAÑAS II siguiendo este ENLACE
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